Estos días ha sido noticia la petición de que se dé un impulso a los vuelos comerciales sin piloto, es decir, a la automatización casi total del funcionamiento de los aviones. De hecho, ya hay algunos que vuelan de forma autónoma y no me refiero sólo a los drones, pues parece que la cosa se está poniendo en práctica en cazas de combate. Lo mismo cabe decir de los automóviles, así que cabe preguntarse ¿a que está esperando el sector naval?
La respuesta es que a nada, porque también está metido en faena. En realidad, los barcos actuales casi navegan solos, guiados por los diversos sistemas electrónicos: GPS, radar, sónar… Todo ello debidamente informatizado y relegando las tradicionales ruedas de timón a joysticks como los de los videojuegos.
Los buques más recientes dedicados a carga, por ejemplo los grandes petroleros y metaneros que hacen rutas por el Mar del Norte, ya utilizan sistemas de posicionamiento dinámico que, recogiendo datos de satélite y compases giroscópicos, además de sensores de viento y movimiento, les permiten mantener el rumbo e incluso llevar a cabo los procesos de carga y descarga en plataformas y puertos sin que importe demasiado el estado de la mar.
Si no son una realidad ya generalizada es porque, al igual que pasa con coches y aviones, se quiere conseguir antes la máxima garantía de seguridad, con sistemas de control probados y homologados que permitan el desarrollo de una normativa al respecto. Pero los beneficios son evidentes. En primer lugar, uno en ese último sentido: la mayoría de accidentes en alta mar se deben a errores humanos, así que, si son sustituidos por máquinas inteligentes, esos fallos se minimizarían; al menos teóricamente.
Y segundo, el siempre recurrente tema de los costes. Huelga comentar que sin tripulación se ahorran dinero (salarios, seguros, intendencia, alojamiento, calefacción, agua, espacio a bordo) y tiempo, que tanto monta. ¿Que qué tiene que ver el tiempo? Pues al no haber necesidad de llegar pronto a puerto el navío irá más despacio pero más seguro; y encima se calcula que un granelero que reduzca su velocidad un 30% disminuirá de paso el gasto de combustible en un 50%.
Según la división marina de Rolls-Royce, que ya está haciendo pruebas con navíos virtuales, la transición a los barcos no tripulados se podría hacer en pocas etapas, contando con que algunas funciones de control ya se hacen desde tierra: al principio, empleando una pequeña tripulación sólo al zarpar y arribar -o de guardia y mantenimiento el resto del viaje-; después, se pasaría al control remoto total. Otra opción sería formar convoyes de naves no tripuladas acompañadas o dirigidas por un único barco que sí lleve humanos.
En un futuro, el puente de mando del buque pasará a estar en tierra, usando los datos e imágenes que lleguen de la singladura gracias a un software desarrollado para ello. Cualquier anomalía tendrá su solución y se podrá transmitir a bordo, donde quizá viajen algunos pocos técnicos. Rolls-Royce ha puesto en marcha simuladores de gran realismo para formar oficiales y tripulantes; aseguran que los alumnos se marean y todo.
La empresa dice que un equipo de diez capitanes podría encargarse de un centenar de barcos, por turnos. El que esté de servicio recibirá información on line de sus navíos pero también de otras fuentes, como autoridades portuarias o guardacostas, de manera que cualquier anomalía será detectada rápidamente y solucionada según el protocolo correspondiente. Incluso hay una ventaja respecto a los aviones: si algo sale mal con éstos, se caerán a a tierra; pero a un barco se le pueden apagar los motores y anclarlo hasta su rescate. Si son secuestrados por piratas (¿o habría que decir robados?), la intervención de las fuerzas de seguridad también será más sencilla.
Según parece, los graneleros, que son más lentos, probablemente serán los primeros en automatizarse. Y que los aficionados a los cruceros no se asusten; los buques de vacaciones seguirán recurriendo a tripulaciones humanas por ser necesarias para tareas diversas, como gestionar las evacuaciones, atender a los pasajeros, etc.
Vía: The Economist
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