Aunque no se trata de una novedad sino de algo conocido desde hace mucho, seguramente habrá quien nunca se lo haya planteado. ¿Por qué las estatuas griegas de piedra tienen los ojos en blanco, como los de un zombi? La respuesta es que la pupila se la pintaban… como el resto de la obra.
Porque el verdadero aspecto del arte clásico era policromado. Tras pasar por las manos del escultor, las estatuas y relieves eran sometidas a un proceso de coloración por parte de un artista especializado, de manera que el aspecto final de la obra resultaba mucho más realista de lo que percibimos hoy en día.
De hecho, la policromía no se limitaba a la escultura, ya que también se aplicaba a la arquitectura: el Partenón, por ejemplo, tenía su exterior completamente decorado en múltiples tonos, uno para el fuste de las columnas, otro para los triglifos, un tercero para las metopas y así sucesivamente. Es más, toda la Acrópolis era una auténtica sinfonía de colores.
Como el arte neoclásico de finales del siglo XVIII y principios del XIX recreaba el de la Antigüedad y para entonces ya se había perdido la pintura por efecto del paso del tiempo, la impresión que dejó a las generaciones era la del monocromatismo. Así lo hemos percibido hasta ahora.
Sin embargo, durante la Edad Media se había tomado el ejemplo clásico para aplicarlo a las iglesias y catedrales. La Colegiata de Toro tiene uno de los tímpanos polícromos mejor conservados del mundo. Y es que los relieves que ilustraban esa y otras portadas, tanto durante el románico como en el gótico, también se pintaban de colores para facilitar la identificación de cada figura a los fieles.
Porque dichos relieves contaban historias sagradas o mitológicas que, en tiempos de analfabetismo general, ejercían una labor pedagógica. Es decir, más o menos lo mismo, salvando las distancias estilísticas, que hacían los bajorrelieves egipcios que cubrían las fachadas de sus templos narrando hechos, formando verdaderos cómics a todo color.
Hace unos años, la Célebre Gliptoteca de Munich tuvo la iniciativa de organizar una exposición itinerante sobre esta cuestión de la policromía en la escultura griega policromada; Dioses en color, se tituló. Su primera parada fue, por supuesto, Atenas, si bien luego siguió por otros sitios. El efecto visual que producen esas obras, incluso para los iniciados, es chirriante; pero se debe a que nos acostumbramos a verlas en blanco, tanto en museos como en libros y películas.
A propósito, es algo similar a lo que nos pasa con, pongamos, el cine mudo de principios del siglo XX. ¿Alguien se imagina un film de Charlot en color? Pues eso.
Foto 1: Eduardo Alberto Sánchez Ferrezuelo en Wikimedia
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