Si hay un mamífero que nos une espiritualmente con nuestros antepasados prehistóricos es el bisonte. No cuento los simios porque son parientes. Tampoco al mamut, puesto que se extinguió (salvo que lo revivan por clonación), lo mismo que el oso de las cavernas (que era mucho más grande que el actual), el uro, el tigre de dientes de sable, el rinoceronte lanudo, etc.
Además, el bisonte es un auténtico símbolo del arte cuaternario, un animal totémico inmortalizado en las bóvedas de Altamira y Lascaux, por ejemplo. Y encima ha conseguido sobrevivir al paso de los milenios, aunque no sea de forma pura: en Europa central desapareció durante la Edad Media y en la del Este (Polonia, Rusia y Lituania), en el primer cuarto del siglo XX, al usarse para solventar las hambrunas tras la Primera Guerra Mundial.
A partir de ahí la especie se recuperó con ejemplares de los zoológicos mezclados con el único caucásico que quedaba y hoy hay unos cuatro mil (en Europa, pues los de EEUU son de otra subespecie) viviendo en libertad en parques nacionales de los países del Este. Son mestizos pero no importa salvo en el plano fisiológico, por aquello de la consanguinidad.
El lugar de referencia europeo para ver bisontes es el Bosque de Bialowieza, que reparten entre Polonia y Bielorrusia (mil ochocientos kilómetros cuadrados en total); un parque natural declarado Reserva de la Biosfera y Patrimonio de la Humanidad que está perfectamente equipado para el turismo (hay restaurantes, hoteles y un museo) porque lo visitan cientos de miles de personas al año.
El caso es que cada vez más sitios quieren tener bisontes, entre otras cosas por su potencial biológico inigualable para gestionar el medio, al incorporar arbustos, ramas y cortezas a su dieta. Francia es uno de esos países (Reserva de la Margeride); España otro. De hecho, aquí tenemos bisontes en varias localidades de Asturias, Palencia y Burgos. En esta última provincia, en Ibeas de Juarros, se halla Paleolítico Vivo, el proyecto de recrear la fauna de ese período con introducción de especies en semilibertad al rebufo de los vecinos yacimientos de Atapuerca. Ya hablamos de ello en alguna ocasión.
El otro lugar destacado es el palentino San Cebrián de Mudá, donde se ubica la llamada Reserva del Bisonte Europeo. Allí los animales viven en libertad, en un vallado perimetral de una zona de doscientos mil metros cuadrados de robledal y pradera. El lugar, en el que también hay tres ejemplares de caballo Przewalski (mongol, otro superviviente de la Prehistoria), completa sus instalaciones con dos plataformas de observación y un centro de recepción de visitantes en el pueblo (con sala de audiovisuales, tienda, exposiciones, etc).
Para la visita, es necesario tener en cuenta que únicamente abre los fines de semana y festivos, de 10:00 a 14:00 y de 16:00 a 18:00. El precio de la entrada depende de cómo se vaya a hacer el recorrido, pues hay varias formas: andando en grupos de diez personas máximo (seis euros); en bicicleta, hasta seis adultos y dos niños (ocho euros); en carro de caballos (diez euros, mínimo cuatro personas); y en todo terreno de seis plazas (lo mismo). Los menores de siete años entran gratis.
Conviene avisar también de que ver a los caballos tiene una tarifa diferente, diez euros, aunque últimamente anunciaban una oferta combinada en 4 x 4 por quince euros.
Más información: Bialowieski Park (Polonia) y Belovezhskaya Puscha (Bielorrusia)
Más información en España: Paleolítico Vivo y Reserva del Bisonte Europeo
Foto 1: Michael Gäbler en Wikimedia
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