Ahora que el turismo se ha generalizado ya no tanto, pero hace unos años, especialmente para los estadounidenses de luna de miel, las Cataratas del Niágara eran el destino número uno. Como digo, actualmente hay otras que son más grandes y bonitas pero la ventaja de ese emblemático salto de agua está en su fácil accesibilidad, pues se halla en Ontario (Canadá), a un tiro de piedra de EEUU: de hecho, muchos tours organizados a la costa Este o a Nueva York suelen incluir una excursión a verlas porque sirven de frontera natural entre ambos países.

Las cataratas están formadas por dos saltos casi gemelos, uno a cada lado de Goat Island, pedazo de tierra en medio del río Niágara. No obstante, resulta más atractiva la parte canadiense, llamada Horseshow (o sea, Herradura, por su característica forma), debido a que tiene el doble de ancho (790 metros frente a los 350 de la otra) y prácticamente la misma altura (49 metros, 2 menos que la de EEUU). Aclaremos que aún hay un tercer brazo, mucho más pequeño, conocido como Velo de Novia.

El nombre del curso fluvial, Niágara, se debe en realidad a las propias cataratas. Era una expresión de los indios ongaria, de la familia iroquesa, que significaba algo así como agua que truena, huelga explicar el porqué. Curiosamente es un apelativo muy similar al que se empleaba en África para designar a las Cataratas Victoria antes de que los blancos las rebautizaran: Mosi-oa-Tunya, el humo que truena.

El origen de ese fenomenal espectáculo natural se remonta unos 10.000 años atrás, a la última glaciación. Sin embargo, ningún europeo las vio, lógicamente, hasta 1677, cuando Louis Hennepin llegó hasta allí en la expedición de La Salle siguiendo notas de predecesores como Samuel de Champlain o Pehr Kalm.

Luego vino su explotación en varios terrenos: primero el turismo, para lo que se construyeron varios puentes; luego para la industria, generando electricidad; más tarde, para el deporte, pues por raro que parezca hay quien se dedica a saltar o atravesar a nado el sitio; finalmente, el cine también descubrió su potencial visual en varias películas.

En realidad, las Cataratas del Niágara se pueden contemplar tranquilamente y sin mojarse desde el paseo de enfrente o desde varios miradores, aunque muchos prefieren acercarse en alguno de los barcos o incluso pasar por debajo en el Spanish Car. Pero si ya las han visto y quieren disfrutar de una perspectiva diferente, ahí va una idea: hacerlo en invierno, cuando el entorno está cubierto de nieve y el agua se congela en el aire mismo, tal cual está pasando estos días. Más concretamente, entre noviembre y enero, que es cuando se desarrolla el Festival de las Luces.

Consiste, básicamente, en proporcionar al lugar una iluminación especial mediante 3 millones de puntos de luz que convierten aquéllo en una gigantesca fuente luminosa, con motivos temáticos basados, generalmente en películas infantiles de animación. El evento se completa con un programa de entretenimiento variado: fuegos artificiales en el parque Queen Victoria, una cabalgata de Papá Noel, una carrera popular, conciertos de música clásica y espectáculos diversos.


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