Cuando alguien se plantea unas vacaciones en Perú es seguro que llevará en su agenda ciertas visitas que casi parecen obligatorias, al menos si va estar un mínimo de tiempo: Machu Picchu, el Valle Sagrado, el lago Titicaca, Cuzco, las líneas de Nazca, Arequipa, la zona del Señor de Sipán, la Amazonía…

La verdad es es el país tiene tamaño y maravillas suficientes en su amplio y alargado territorio para requerir semanas de estancia. Al fin y al cabo, aparte de los lugares naturales hay restos arqueológicos de montones de culturas : la cosa no se limita a los incas; también está el legado de los nazca, caral, chavín, paracas, mochicas, huari, chimú y unos cuantos pueblos más. Entre ellos, uno de nombre tan peculiar como los chachapoyas.

Fue una civilización preincaica que vivió en los Andes amazónicos entre los años 900 y 1470 aproximadamente. Su ciudad, rebautizada por los españoles (a los que ayudaron a luchar contra los incas) como San Juan de la Frontera aunque hoy ha recuperado su nombre original, ya no tiene el aspecto de entonces, pero aún quedan vestigios en otros sitios como Gran Pajatén, Cuélap, Olán, Congón o Purunllacta. Son recintos de piedra, con edificios de planta circular y murallas construidos con sillares de carácter ciclópeo y la mayoría de los cuales -salvo los dos primeros, que eran ciudadelas fuertemente protegidas- se usaban como almacenes de alimentos, de forma similar a los tambos incas.

Foto BluesyPete en Wikimedia Commons

Ahora bien, lo más llamativo y pintoresco de los chachapoyas hay que buscarlo en el capítulo funerario. Tenían dos tipos de enterramientos: por un lado, los mausoleos, que se usaban para inhumaciones colectivas y eran de arquitectura embellecida, y los sarcófagos, tumbas unipersonales que se hacían de una rara forma antropomórfica. Unos y otros se situaban en lugares de difícil acceso, como grutas excavadas en acantilados y laderas empinadas respectivamente.

Los mejores ejemplos de mausoleos se localizan en La Petaca (Leymebamba) y Revash (Amazonas). Pero hoy quiero centrarme en los sarcófagos porque su aspecto es realmente curioso y porque este verano se encontró una nueva tanda, al parecer exclusivamente infantil, a tenor de su pequeño tamaño, en El Tigre. Éstos aún tendrán que ser debidamente excavados e investigados, por lo que de momento supongo que no se pueden ver. Pero hay otros que sí y merece la pena.

Foto PsamatheM en Wikimedia Commons

Es el caso de los que hay en la Laguna de los Cóndores, donde en 1997 se hallaron dos centenares de momias que hoy se exhiben en el Museo del Sitio de Leymebamba. Y, sobre todo, de los siete sarcófagos de Carajía, que se descubrieron en 1985 en una pared rocosa asomados a un abismo de cientos de metros. Esta difícil ubicación seguramente los ha preservado de la destrucción; aún así, un octavo sarcófago se cayó por el precipicio debido al terremoto de 1928.

Los ataúdes de Carajía son mucho mayores que los otros, pues miden dos metros y medio. Están hechos de arcilla y decorados con pintura roja sobre fondo blanco que todavía se conserva razonablemente bien, aunque lo más característico es la cabeza, esculpida con forma de máscara funeraria estándar, no personalizada y de extraña forma semicircular.

En el interior de las cajas hay restos humanos momificados con su correpondiente ajuar, aunque algunos de ellos presentan cierto deterioro porque las oquedades que les causó el otro al caer abrieron paso a animales carroñeros.


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