En el departamento colombiano de Antioquia hay un corregimiento llamado Santa Elena que tiene la peculiariedad sintetizadora de aunar tradición y modernidad en perfecta armonía, de manera que un visitante pueda asistir a un espectáculo ancestral, un auténtico lujo para la vista que pervive de una costumbre de hace siglos, mientras se hospeda en un alojamiento que mezcla, de forma tan extraña como desenfadada, el lujo de un spa con la ecología new age.
Empecemos por lo antiguo. El de silletero es un oficio que se remonta a tiempos coloniales, cuando en determinados pasos de montaña difíciles para las bestias de carga éstas eran sustituidas por la fuerza del hombre, que asumía el transporte de las mercancías sobre su espalda. Ésta aguantaba una silla de madera sobre la que se sentaba un pasajero, en cuyo caso el transportista recibía el nombre de sillero, o se cargaban los diferentes productos del campo, con lo que la denominación pasaba a ser carguero.
Dicen que un silletero podía aguantar el doble de su peso, que distribuía más o menos equitativamente por toda la columna gracias a una cinta que sujetaba toda la impedimenta a la frente, tal cual se hace todavía en el Yucatán centroamericano. El equipo se completaba con un bastón, que servía tanto como apoyo como de zurriago contra los perros agresivos, una arcaica linterna confeccionada con una lata de conservas en la que se introducía una vela (el trayecto hacia Medellín era nocturno, para llegar al mercado al amanecer) y un característico zurrón de piel con múltiples bolsillos para engañar a los ladrones. También el inevitable sombrero y el poncho.
Las dificultades de la topografía local retrasaron la llegada de trenes y automóviles, así que, por increíble que parezca, los silleteros siguieron llevando a cuestas los productos de la tierra durante años, aunque afortunadamente ya no con pasajeros sino con las hortalizas y flores que cultivaban en sus tierras de labranza.
En 1957 fueron invitados a participar en la popular Fiesta de las Flores de Medellín, reivindicándose así un oficio hasta entonces poco apreciado. Los silleteros desfilaron con sus ramos a cuestas alcanzando tal éxito que su participación se institucionalizó y hoy son los máximos protagonistas del evento hasta el punto de haber sido declarados Patrimonio Cultural de la Nación.
El Desfile de Silleteros, que se celebra el 7 de agosto, es un auténtico espectáculo de color porque las silletas que portan para la ocasión representando motivos tradicionales, monumentales, emblemáticos o comerciales-institucionales están realizados con pétalos polícromos de flores. El ganador de este año, la familia Londoño, se llevó el premio con una espléndida silleta que incluía figuras en movimiento, accionadas mediante palanca por el propio portador.
La visita a la finca silletera de los Londoño me permitió descubrir la historia y los entresijos de una tradición que pasa de padres a hijos y probar la experiencia de cargar sobre mi frente una pequeña silleta de flores. Decididamente, hay que llevarlo en las venas; no vale cualquiera.
Respecto a la otra parte de la jornada, transcurrió en un lugar llamado La Montaña Mágica. No sé cómo definirlo excatamente: ¿hostal-spa?, ¿granja-hotel? En cualquier caso un rincón campestre regentado por Blanca, una simpática hippie que deseando financiar su modo de vida bucólico y sostenible se topó con el éxito hotelero ofreciendo un alojamiento algo apartado del mundanal ruido; un sitio idóneo para la relajación, el descanso y la recuperación de la energía mediante el contacto con la naturaleza, la sauna, el temazcal, los masajes y ciertos rituales purificadores. Bueno, y con el canelazo (infusión de hierbas con ron) que nos ofreció la anfitriona.
Se acepta el pago en especie, mediante trueque o haciendo algún trabajo, sea en La montaña Mágica o en cualquier otro de los establecimientos similares que se han asentado en las frondosas laderas del Parque Regional de Arví (Santa Elena) formando una especie de pintoresco barrio rural new age. Así, los antiguos tesoros de los yamesíes (rama de los chibchas que poblaban la región), léase oro y sal, han acabado sustituídos por la nueva riqueza que constituye el turismo.
Más información:
Corporación de Silleteros de Santa Elena
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