Si hay un descubrimiento arqueológico que se pueda definir como mediático es el de la tumba de Tutankhamón. A pesar de que Howard Carter la encontró casi por casualidad ya en 1922, todavía hoy sigue produciendo noticias y apareciendo regularmente en la prensa. Imagínense lo que ocurrirá dentro de unos años, cuando se celebre el centenario.

Pero mientras, aquel joven faraón prácticamente desconocido al que le tocó vivir los convulsos tiempos en que se puso fin a la revolución religiosa de Akhenatón, ha vuelto al candelero por otro de los misterios que rodean su vida. O, más bien, su muerte. El joven rey falleció a la edad de diecinueve años y, recientemente, un grupo de científicos británicos ha propuesto una nueva teoría para explicar el porqué.

Según aclaran el egiptólogo Chris Naunton (director de la Egypt Exploration Society) y el antropólogo Robert Connolly, al mando de un equipo de forenses del Instituto Cransfield de Bedfordshire, Tutankhamón no habría perdido la vida por la malaria -aunque, en efecto, los estudios de ADN demuestran que la padeció-, ni por un hachazo en la cabeza, como se apuntaba hasta ahora. Las heridas que muestra el cuerpo -una de ellas, en la pierna, con infección incluida según el TAC practicado en 2005- habrían sido producidas por el atropello por parte de un carro de guerra de la época.

El ejército egipcio utilizaba un tipo de carro de dos ruedas, tirado por un par de caballos y bastante ligero, que permitía llevar a bordo un auriga y un arquero; por ello resultaba más ligero y maniobrable que, por ejemplo, los carros hititas, mucho más pesados y capaces de transportar tres guerreros, pero inestables. En cualquier caso, pese a su liviandad, que un carro egipcio te pasara por encima no debía ser precisamente plato de gusto.

Los cientificos hicieron una reconstrucción computerizada tridimensional de la momia y descubrieron signos de que Tutankhamón fue embestido por uno de esos artilugios mientras estaba de rodillas, quizá rezando. Según las marcas, el carro le aplastó las costillas, la pelvis y el corazón.

Pero eso no es todo; tras su muerte, el joven faraón no pudo descansar en paz y no sólo por el saqueo a que fue sometida su tumba no mucho después del entierro -aunque parece que los ladrones fueron sorprendidos en plena faena y se volvió a sellar el hipogeo-, sino también porque se quemó en su propio sarcófago por una combustión química producto de una errónea técnica de momificación.

Connelly utilizó un microsocopio de barrido electrónico para observa con detalle la carne de la momia y llegó a la conclusión de que veía quemaduras. Posteriores análisis químicos confirmaron que los aceites utilizados en el proceso de embalsamamiento se combinaron fatalmente con el oxígeno presente y el lino de las vendas para desatar una reacción que alcanzó temperaturas superiores a doscientos grados centígrados.

Así que, ya ven. Se podría decir que el primero -y, en realidad, el único- en sufrir la maldición de Tutankhamón fue el propio personaje. Si quieren ver todo este proceso de investigación esperen al documental rodado ad hoc, que lleva por título Tutankhamun: The Mystery of the Burnt Mummy.

Vía: Ancient Origins

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