Digo yo que a estas alturas no hay sorpresa alguna en recordar que el régimen nazi, tan diferente ideológicamente a los sistemas políticos normales y basado siempre en los resortes emocionales frente a los racionales, demostró un estrambótico interés por el esoterismo y lo legendario. El ejemplo más evidente de ello fue la creación en 1935 de la Ahnenerbe o Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, que se dedicaba a organizar expediciones arqueológicas, antropológicas y etnográficas por todo el mundo.

En algunos casos querían encontrar piezas singulares representativas del poder, siendo los casos más conocidos la lanza de Longinos o el Santo Grial. En otros se hacían viajes en busca de lugares que emanasen dicho poder por sí mismos, como en la visita a España que hizo el mismísimo Himmler en persona, interesado en el cáliz valenciano y las montañas de Montserrat. Sin embargo, la expedición más conocida fue la realizada por Ernest Shnaeffer al Tíbet en busca del origen de la mal llamada raza aria y de Agharta.

Agharta era una ciudad legendaria cuya principal característica radicaba en estar construida bajo tierra. Aunque se la situaba bajo el desierto de Gobi o las montañas del  susodichoTíbet, se suponía que se comunicaba con el resto del globo a través de una red de galerías subterráneas. Su capital se llamaba Shambhala y el interés nazi en ella se basaba en que, según rezaba el mito, desde ella habría de gobernarse el mundo algún día.

Pero aquella no fue la única región desconocida que intentaron localizar los nazis. De hecho, alguna era real aunque inexplorada, como Neuschwabenland (Nueva Suabia, zona de la Antártida que reclamaron en 1939). Ahora bien, el capítulo más grotesco no afectó al Polo Sur sino al Norte y se basó en un erróneo concepto científico según el cual la Tierra estaba hueca, con el consiguiente interés que ello tendría para que Alemania gozara de más espacio vital o bases militares en lugares remotos.

Lo cierto es que ese asunto no fue exclusivo del régimen alemán. Ya cuando el almirante Robert Peary sobrevoló por primera vez el Ártico hubo quien afirmó que en realidad había alcanzado el Polo exactamente por el lado contrario, siguiendo una vía subterránea. En fin, el caso es que no hace mucho salieron a la luz algunos mapas y documentos de la época sobre el tema. Entre ellos figura una carta del marinero Karl Unger, que viajaba a bordo del U-boat 209, asegurando que habían llegado al interior de la Tierra y no iban a volver.

Durante la Segunda Guerra Mundial el mejor submarino alemán apenas podía sumergirse hasta los 850 pies de profundidad (260 metros), aguantando una autonomía bajo el agua de 385 millas (625 kilómetros) con sus baterías completas. Y resulta que la distancia más corta desde el océano abierto hasta el Polo Sur geográfico es el doble (suponiendo que la ruta entera sea marítima), pasando además bajo una milla de hielo, así que no parece probable que haya habido tal periplo salvo que, en efecto, sacrificaran el regreso.

Entre el paquete documental, decía, también hay curiosos mapas de los dos hemisferios terrestres mostrando la extensión por ambos de Agharta (ojo, con continentes y océanos subterráneos), así como de la gruta situada bajo la Antártida que constituiría una de las entradas a ese submundo. Bueno, y antes de que macgufos y científicos se tiren de los pelos por motivos opuestos, cabe decir que aún si se tratara realmente de papeles de 1944, ello no implica que representen algo real. Es decir, con seguridad fueron meramente teóricos y se confeccionaron probablemente para contentar las fantasías místicas de Hitler, por la cuenta que les traía a sus autores.

Vía: Before It’s News


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