Por increíble que parezca, existe una rama pseudo científica llamada criptozoología que se dedica a estudiar esas criaturas que la Ciencia, la de verdad, da por extinguidas o considera meros mitos. Ya saben, el monstruo del Lago Ness, el Abominable Hombre de las Nieves y cosas por el estilo que, en realidad, se repiten en todas las latitudes del mundo. Lo curioso es ver cómo los científicos a veces entran al trapo.

Supongo que nadie ignora a qué se conoce como el Yeti: una especie de homínido de gran tamaño que según las leyendas locales habita las montañas del Himalaya y que algunos montañeros también aseguran haber entrevisto en medio de tempestades de nieve, pero del que no hay prueba alguna, que ya es raro: ni cuerpos, ni huesos, nada. Bueno, sí, en algunos monasterios tibetanos conservan lo que que, dicen, son bóvedas craneanas de yetis, con pelo y todo, aunque los análisis realizados han demostrado que sus dueños eran en realidad yaks (una especie de búfalos) o cabras.

La leyenda se popularizó con una presunta huella fotografiada por el alpinista Eric Shipton en 1951. A partir de ahí, otros aventureros afirmaron haber visto siluetas y rastros aunque nada concreto ni, mucho menos, definitivo. En cualquier caso, los avistamientos siempre hablan de individuos, cuando una especie requiere de más de medio centenar de ejemplares para no extinguirse. Además, paleontólogos y zoólogos afirman que ningún primate vive en un medio tan hostil sino en zonas tropicales, donde poder conseguir alimento con más facilidad.

En fin, un equipo de científicos británicos de la Universidad de Oxford fue noticia en 2013 por haber realizado un estudio con el que trataba de dar una explicación racional al mito del Yeti. Para ello se basaron en los estudios de ADN hechos sobre algunas presuntas muestras de pelo del personaje. Y el resultado arrojó una explicación tan prosaica como un oso.

Bryan Sykes, profesor de Genética, encabezó el trabajo estudiando las dos muestras, que procedían de lugares diferentes de la región: una de Ladakh, al norte de la India, oeste del Himalaya, conseguida por un cazador hace medio siglo; otra de Bután, a 1.285 kilómetros al este, traida por unos documentalistas desde un bosque de bambú.

Tras someterlas a los análisis de ADN y comparar los genomas con los de otros animales de la base de datos GenBank, Sykes llegó a la conclusión de que había una coincidencia de prácticamente un 100% con la mandíbula de un oso polar encontrado en Svalbard (Noruega) hace medio siglo, aunque con una edad entre 40.000 y 120.000 años, cuando esa especie se separó evolutivamente del oso pardo.

La hipótesis consiguiente es que el Yeti no es más que un plantígrado, quizá híbrido de ambas especies o con ancestro en el oso polar, que aún podría tener ejemplares supervivientes en esas montañas. De hecho, en ellas habitan varias especies de oso, generalmente con hábitos nocturnos y, por tanto, difíciles de ver.

Una conclusión que tiene cierta gracia si se lee un manuscrito tibetano redactado hace trescientos años en el que, sin necesidad de estudios genéticos ni nada que se le parezca, dice: «El Yeti es una variedad de oso que vive en regiones montañosas inhóspitas”.

Vía: BBC

  • Comparte este artículo:

Loading...

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.