Para un astrónomo, contemplar un agujero negro devorando una nube de gas como el que se ha descubierto a 26.000 años luz tiene que ser un espectáculo sólo comparable al de un arqueólogo encontrando la presunta tumba de Alejandro que comentábamos el otro día, al de un aficionado al cine viendo una obra maestra incuestionable o a un futbolero empedernido asistiendo a una de esas jugadas en las que el delantero marca un gol tras dejar sentado a medio equipo contrario, Y algo así es lo que está ocurriendo ahora.

Cuando muere una estrella y su materia se colapsa en un volumen mucho menor, puede formarse un agujero negro. Es como si la masa de la Tierra fuera exprimida hasta quedar en una bola del tamaño de una canica: la gravedad resultante es tan intensa que ni siquiera la luz puede escapar. Pero todo lo que conocemos de estos fenómenos es fundamentalmente teórico y el mundo de la ciencia suspira por datos que salgan de la observación directa. De hecho, apenas hace una década que se descubrió uno «cercano», en la Vía Láctea.

Ese singular vecino es el que ahora nos ofrece unos inesperados fuegos artificiales espaciales. Un monstruo formado con restos de material estelar perdido durante un tiempo inmemorial: las estrellas que orbitan a su alrededor indican que tiene un poder de atracción gravitacional de 4 millones de soles y que dicha gravedad está empezando a actuar en la nube de gas, que en sí misma es de unos 37 billones kilómetros de longitud.

Utilizando los datos de la Fundación Europea Very Large Telescope (Telescopio Muy Grande), o VLT, encaramado en lo alto del desierto de Atacama en Chile, el equipo del Dr. Gillessens concluyó recientemente que la parte delantera de la nube de gas está viajando a 310 kilómetros por segundo, más rápido que su cola. El 10% de la nube ya ha sido arrastrado al otro lado del agujero negro.

Los científicos esperan poder observar este drama cósmico durante al menos un año y quizá ir dando respuesta a las muchas preguntas que tienen pendientes: ¿conseguirá destrozar en pedazos y aspirar la nube, o gran parte de ella permanecerá en órbita alrededor del agujero negro? ¿El agujero negro será más brillante mientras consume su presa? ¿Resistirá la teoría de la relatividad de Einstein, que nunca ha sido experimentalmente probada bajo condiciones tan extremas?

El Dr. Ghezs, un astrofísico de la Universidad de California (EEUU) descubrió en 2006 un objeto de aspecto lechoso a la deriva en las proximidades del agujero negro pero no le dio mayor importancia. Cinco años más tarde, el Dr. Gillessen estaba usando un telescopio en Chile para observar estrellas alrededor del agujero negro y se topó con el mismo objeto. Era una pequeña mancha; no una estrella caliente sino algo frío, pero decidió que la observación probablemente había sido un error. Sin embargo, en enero de 2012, un equipo del Instituto Max Planck publicó sus conclusiones en la revista Nature: el objeto era una nube de gas, de origen desconocido, en las garras gravitacionales del agujero negro.

Hasta hace unos años, los científicos apenas podían observar objetos en el centro de nuestra galaxia, en parte por el desenfoque que causa la atmósfera de la Tierra (el mismo efecto que nos hace ver titilar las estrellas). También porque la mayoría de la luz absorbe el polvo en el centro de la galaxia. Todo ello hace que los telescopios ópticos sean ineficaces. Pero ahora se trabaja también con otros que ven el núcleo galáctico en la gama infrarroja de la luz. Una innovación más reciente es una técnica conocida como óptica adaptativa, que puede corregir el efecto de desenfoque.

Recientemente el Dr. Gillessen utilizó un ordenador para mostrar una sucesión de imágenes tomadas por el VLT. La nube de gas, representada por una pequeña mancha azul, parece estar acercándose hacia el agujero negro de la Vía Láctea. No va en línea recta, lo que significa que algún objeto tira de ella. Datos de 2008 muestran que la nube de gas viajaba a unos 800 kilómetros por segundo, mucho más rápido que el movimiento de la Tierra, que lo hace a unos 19 kilómetros por segundo. Pero los descubrimientos más recientes indican que la nube está precipitándose a casi 1.250 kilómetros por segundo, lo que significa que el tirón del agujero negro se hace más fuerte.

El Dr. Gillissen se dirigió luego a un laboratorio donde él y otros colegas del Max Planck están montando un dispositivo de aproximadamente 1,80 metros de largo conocido como la máquina de la gravedad, una baratija que cuesta casi 27 millones. Cuando haya terminado, en el verano de 2014, la máquina combinará las señales luminosas de cuatro telescopios VLT distintos para proporcionar mediciones más precisas.

Periódicamente, el agujero negro explota y la atmósfera de la Tierra se ilumina brevemente con destellos de luz. El Dr. Gillessen dice que el encuentro con la nube de gas puede provocar que las llamaradas del agujero negro se vuelvan más frecuentes o violentas. En ese caso, la máquina de gravedad debería recoger esas señales más fácilmente, facilitando a los científicos más información acerca de cómo opera ese fenómeno.

Pero no hay que olvidar que, como muchas observaciones astronómicas, ésta tiene un toque paradójico. El agujero negro de la Vía Láctea está a 26.000 años luz de distancia. Eso significa que el suceso de la nube de gas ocurrió realmente hace 26.000 años, y simplemente ha pasado todo ese tiempo para que su luz llegue hasta nosotros, que estamos ubicados en los suburbios de la galaxia. Por tanto, ahora sólo es como una película. Y lo que decía al principio: una obra maestra.

Vía: The Wall Street Journal

Imagen: Quantum Squid88 en Wikimedia Commons


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