Imagen: Distant Shores Media/Sweet Publishing en Wikimedia Commons

Seguro que han oído hablar de las minas del rey Salomón, aunque la mayoría identificará esa expresión con la novela decimonónica de Henry Rider Haggard o sus adaptaciones cinematográficas, especialmente la de Stewart Granger y Deborah Kerr. Pero la referencia básica es el reinado de Salomón, el hijo de David y Betsabé, que según la Historia Sagrada respondió a la oferta de Yahvé de darle un don pidiendo la sabiduría.

Ahora ya les suena más. Con esa sabiduría solventó el problema de las dos mujeres que reclamaban la maternidad de un niño y trajo prosperidad al reino de Israel estableciendo relaciones comerciales con otro reino legendario, el de Saba. Cuenta la tradición que buena parte de esos provechosos tiempos se debió a las minas que explotaban los hebreos y que tradicionalmente se han identificado con el nombre del monarca, aunque nadie las encontró nunca.

Al menos no de forma taxativa. Periódicamente aparecen hallazgos arqueológicos que se asignan a las míticas minas, desde luego muy lejos geográficamente de donde las encontraban Alan Quatermain, Henry Curtis, John Good y el misterioso Umbopa en la novela de Haggard, en la zona central de África, más o menos donde hoy se ubica Uganda. Porque la mayoría de las excavaciones se sitúan mucho más al norte, entre Jordania e Israel.

De la última intentona supimos en 2013, cuando un equipo de arqueólogos de la Universidad de Tel Aviv comunicó el descubrimiento de una antigua mina de cobre en Timna (cerca de Eliat, al sur de Israel) tras año y medio de investigaciones. Primero la fecharon en el siglo XIII a.C. atendiendo al templo de egipcio dedicado a la diosa Hathor que encontrara Beno Rosthenberg en 1969 y deduciendo que fue esa civilización la que explotó el mineral, dado que por entonces los faraones dominaban aquel territorio. Pero los análisis de Carbono 14 aplicados a los miles de objetos orgánicos encontrados en el yacimiento (huesos, dátiles, aceitunas…) demuestran que la cronología más precisa es el final del siglo XI-principios del X a.C.

O sea, coincidiendo con los reinados de David y Salomón. Sólo que la mina de Timna empezó a ser excavada antes, por los edomitas, pues hay que tener en cuenta que entonces el cobre era un metal muy apreciado para fabricar armas y herramientas; tanto que las riquezas que proporcionó a Salomón, más la sabia gestión de éste, permitió erigir el famoso Templo donde se guardaba el Arca de la Alianza.

Falta demostrar que la mina de ese rincón de Israel sea la misma que ha dado fama al soberano. Sólo hay una pega en todo esto: las dudas que existen sobre la existencia histórica de David y Salomón, a quienes muchos expertos no conceden más que un carácter mítico, y el hecho de que la metalurgia no llegara a aquella zona hasta tres siglos después, por lo que la existencia de las minas se basa únicamente en los textos sagrados que cuentan que Yahvé concedió a Salomón la facultad de encontrar oro puro.

Es decir, que al final puede que las minas del rey Salomón sean tan reales como las de Haggard. Eso sí, qué historias tan fascinantes. Las dos.

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