Parece que las bacterias están empeañadas en ser actualidad este verano. Hace unas semanas, Los Ángeles fue noticia por una razón que seguramente les dejará tan sorprendidos como a mí: cerca de un cámping fue hallado el cadáver de una ardilla que levantó sospechas, por lo que lo sometieron a unos tests. El resultado confirmó lo que imaginaban los expertos: peste bubónica.
No les hará falta haber estudiado Historia para saber que ésa era la enfermedad que arrasó Europa en el siglo XIV bajo el temido nombre de Peste Negra o Muerte Negra. Doscientos millones de muertos atestigüan lo terrible que resultó aquella epidemia, transmitida por las pulgas que vivían en las ratas que infestaban ciudades y campos (hay quien dice que la estúpida manía persecutoria contra los gatos provocó que los roedores camparan a sus anchas).
La picadura de los los insectos inocula al huésped la bacteria Yersinia pestis y cuando ésta llega a los pulmones resulta fatal. De hecho, también es posible contagiarse por vía aérea, algo especialmente común en los humanos al hablar, por ejemplo. Los síntomas son fiebre, mareos, dolor de cabeza, debilidad y dificultad para respirar, a los que se suman otros más visibles como inflamaciones de los ganglios y aparición de las características bubas que dan nombre a la enfermedad.
El otro nombre, Muerte Negra, se debe a la tonalidad oscura que adquiere la piel en algunas zonas por la gangrena, dado que la infección se extiende por la sangre provocando septicemia y, finalmente, colapso cardiorrespiratorio.
El proceso dura entre seis y ocho días aproximadamente y, si no se trata, suele terminar en la muerte del paciente, de ahí la enorme mortalidad que llegaba a provocar en otros tiempos, aunque esa rapidez en matar contribuía a la larga a dificultar que se extendiera, paradójicamente, frenando la epidemia. Una autorregulación de la naturaleza, la única que había entonces realmente efectiva contra la Muerte Negra, que hoy no es necesaria porque los antibióticos de que disponemos permiten un tratamiento relativamente sencillo.
La peste bubónica llegó a América con los europeos pero en el subcontinente norte no hubo un brote hasta 1900. Desde entonces ha afectado fundamentalmente a animales y más concretamente a roedores, porque las pulgas transmisoras prefieren a esas especies. También ha habido caso humanos pero no muchos: según las estadísticas de los centros de Control y Prevención de Enfermedades de EEUU, hubo un millar de enfermos entre 1990 y 2010.
La mayoría de estos casos se dan entre la primavera y el verano, con la llegada del calor. Este año, antes de la infortunada ardilla sólo se registraron dos perros en Nuevo México. Lo curioso es que algunos animales, como los canes y gatos, pueden enfermar y morir pero no desarrollan los síntomas externos.
Por si acaso, los tres cámpings más cercanos al lugar donde se encontró la ardilla fueron evacuados y sometidos a un proceso de desinfectación para matar las pulgas. Hoy parece impensable una plaga de Peste Negra, pero les recomiendo la película Pánico en las calles, que plantea esa posibilidad.
Vía: The Verge
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