Imagen: 2990108 en Pixabay

Este fin de semana nos enteramos de uno de los descubrimientos científicos más importantes de los últimos tiempos: el hallazgo de los restos de un mamut, en una isla del nororoeste de Rusia, que conservaba en buen estado su tejido muscular y, sobre todo, sangre líquida. Ello fue posible porque seguramente el animal perdió la vida atrapado en un pantano, de ahí que la parte inferior del cuerpo esté casi perfecta mientras que la superior fue parcialmente devorada por depredadores que aprovecharon la ocasión.

El interés del caso está en que al contar con sangre quizá se pueda extraer ADN en buenas condiciones, no demasiado degradado, a partir del cual se pueda clonar al animal y, con mucha suerte y aún más paciencia, resucitar una especie extinguida hace unos cien mil años.

¿Para qué? suelen preguntar muchos. Pues porque en esas latitudes ya se está planeando crear una especie de reserva natural: el National Geographic de abril hablaba del llamado Parque Pleistoceno, creado en 1996 en Siberia por el biólogo Serguei Zimov para que los herbívoros desaparecidos de la última glaciación (bisontes, caballos…) sean los encargados de transformar la tundra actual (un terreno de musgo y hielo) en estepa, comiendo la hierba y fertilizando el suelo al removerlo con sus pezuñas.

Y la fascinante ilustración adjunta mostraba a turistas observando las manadas, a las que se incorporarían los mamuts, desde vehículos todoterreno, tal cual ocurre actualmente en los safaris. Una versión de Parque Jurásico, pero del Cenozoico en vez del Mesozoico, que, apunten, también se está preparando en España en un proyecto denominado Paleolítico Vivo y cuya ubicación sería, cómo no, Atapuerca.

El célebre yacimiento burgalés, que en realidad es un conjunto de varios diseminados por la Sierra de la Demanda, ya tiene un Parque Paleolítico anexo al centro de visitantes donde los arqueólogos explican y demuestran, invitando a los asistentes a probar ellos mismos, cómo tallaban bifaces, pintaban paredes, lanzaban azagayas, levantaban chozas, enterraban a sus muertos o encendían fuego los primitivos pobladores del lugar. La idea es completar esto con una recreación del escenario de hace veinte mil años con fauna cuaternaria.

De hecho, ya se han dado los primeros pasos: hace tres años una finca de San Cebrián de Mudá (Palencia) acogió la suelta de varios bisontes, algo repetido después en Asturias, donde también pastan ya manadas de uros (grandes bóvidos similares a toros). Y en Atapuerca, donde se habían introducido caballos Przewalski y Konic, razas traídas de Polonia y muy similares a las del Cuaternario, ya hay asimismo bisontes. ¿Se les unirán los mamuts algún día?

Porque el equipo formado por Juan Luis Arsuaga, Benigno Varillas y Fernando Morán, antropólogo, naturalista y presidente de la Asociación para la Conservación del Bisonte Europeo en España respectivamente, pretende juntar todas especies en un mismo sitio, en tres mil hectáreas acotadas cerca de Atapuerca que recrearán la fauna del Pleistoceno, completando el hábitat de los homos prehistóricos.

El beneficio sería triple: por un lado, el poder ver en vivo lo que nos muestran las pinturas rupestres; por otro, el potencial turístico y económico que supone para los pueblos del entorno; y finalmente, la capacidad de los grandes bóvidos para limpiar el monte de ramas, hojas y cortezas (cada bisonte come 32 kilos diarios) reduciendo el peligro de incendios.

Esta tendencia responde a una nueva forma de gestionar y preservar el paisaje de forma natural que impulsa el movimiento Rewilding Europe, que propone crear una decena de áreas salvajes por todo el continente para el año 2020.

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