Cuando se habla de catacumbas todos tendemos a pensar en las de Roma, lógicamente, pues son las más famosas. Pero laberintos subterráneos los hay en muchos más sitios y ni siquiera hace falta salir de España para encontrar ejemplos.
Uno de ellos es el de Sacromonte, en un entorno tan espléndido como el de la Granada de la Alhambra.
El Sacromonte es un cerro cercano, antiguamente llamado Valparaíso, una elevación cuyas laderas están salpicadas de blanquísimas casas encaladas. Eso en cuanto a imagen, porque si de sonido se trata el flamenco es la seña propia de ese barrio típicamente gitano que forma parte del distrito del Albaicín y está coronado por una abadía del mismo nombre (en la foto superior), construida a comienzos del siglo XVII para conmemorar el hallazgo de unas presuntas reliquias.
Dichos restos coresponderían a los discípulos del apóstol Santiago, San Cecilio, San Tesifón y San Hisicio, martirizados en un horno que, por cierto, también apareció.
El descubrimiento fue posible cuando unos buscadores de oro sacaron del río Darro unas piedras huecas, una blanca y otra negra, en cuyo interior había unas placas de plomo disimuladas con alquitrán que contaban la historia.
Siguiendo las intrucciones de esa especie de libro plúmbeo, se empezó a excavar el cerro y así se encontraron las reliquias, enterradas en un complejo de catacumbas conocidas hoy como Santas Cuevas y donde Santiago habría celebrado misa por primera vez en tierra española.
En realidad todo el Sacromonte está horadado por grutas que inicalmente fueron habitadas por los esclavos de los musulmanes granadinos, abandonados por éstos en su marcha de Granada cuando los Reyes Católicos la conquistaron. Por eso un aparte se llama Barranco de los Negros.
Luego se instalaron también los gitanos, atraídos, igual que sus predecesores, por las leyendas que contaban que aquellos ricos exiliados habían enterrado por allí sus tesoros antes de irse.
Nadie se libró de la pobreza, claro, pero algunas cuevas aún están habitadas y, de cualquier forma, los granadinos convirtieron el cerro Valparaíso en Sacromonte, lugar de peregrinación, plantando más de un millar de cruces en los flancos del camino que llevaba hasta allí -hoy sólo quedan cuatro-, para formar un imponente vía crucis.
Además de las catacumbas, cada una con su capilla, es interesante visitar la abadía porque las cenizas de los mártires se guardan en su iglesia, por cierto ricamente decorada. Asimismo, alberga un museo con piezas de arte de importantes escultores (Alonso Cano, Pedro de Mena), y manuscritos de la bien dotada biblioteca monacal -incluso hay un manuscrito de San Juan de la Cruz-, aunque quizá lo más atractivo sean las láminas de plomo que originaron todo, si bien ya en su día fueron declaradas falsas. Pero siguiendo la carretera hay también varias casas árabes del siglo XI al XVI.
El lugar celebra varias festividades, entre ellas las fiestas locales a principios de agosto y el Día de Mariana Pineda, que era natural del Sacromonte. Pero los días 1 y 2 de febrero, aprovechando la onomástica de San Cecilio, se muestran al público las dos piedras donde se hallaron las láminas plúmbeas; la tradición cuenta que las jóvenes que toquen la de color negro encontrarán marido, mientras que la blanca provoca la muerte de la pareja. Curiosamente, esta última está más desgastada.
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