¿Han oído hablar del Camino Español? Quizá no con este nombre porque se retrotrae a los siglos XVI y XVII, pero a lo mejor sí lo conocen bajo la denominación actual de Sentiero Valtellina. Está en Europa central y es una ruta de 150 kilómetros nada menos que recorre el valle de Valtelina desde Grosio hasta el lago Como, siguiendo el curso del río Adda. Una delicia para senderistas y amantes de la naturaleza pero también para los entusiastas de la Historia.
Historia, sí, y con sabor español, como se deduce de su nombre antiguo. Era la antigua ruta que seguían los Tercios para llegar a Flandes en los turbulentos tiempos de la guerra contra el protestantismo que libraron los Habsburgo, desde su inicio durante el reinado de Carlos V hasta su final en el de Felipe IV.
Los Tercios, reclutados en España (excepto en Cataluña, que estaba exenta), viajaban en barco hasta Génova, puerto aliado, y allí empezaban su marcha hacia el norte. ¿Por qué tanto rodeo? Porque atravesar Francia, que era lo natural si se pretendía ir por tierra, quedó vedado cuando este país se convirtió en enemigo de la corona hispana, y porque hacerlo en barco implicaba atravesar el Canal de la Mancha, con la Armada inglesa al acecho.
Así que no quedó más remedio que aprovechar las alianzas europeas que había en lo que hoy son el norte de Italia, Suiza, Alemania o Austria. Y de todas formas, hubo que cambiar de itinerario cuando Richelieu, apoyado por Saboya y Venecia, se apoderó del Franco Condado, de manera que terminó habiendo Camino Español por tres vías y diversas variantes secundarias. La de Valtelina resultó fundamental durante la Guerra de los Treinta Años, entre otras cosas porque era una región católica que estaba acosada por los protestantes.
Este segundo Camino Español partía de Milán y pasaba por Colico y Sondrio hasta el valle de Valtelina. Atravesaba los Alpes Dolomitas y el Paso de Bernina en el Alto Inn, en Austria. Desde allí se bordeaba el sur de Alemania para cruzar el Rin cerca de Estrasburgo (hoy parte de Francia) y llegar a Luxemburgo y Bélgica.
Hoy en día puede recorrerse, ya sin arcabuz al hombro ni a ritmo de tambor; los protestantes que se encuentren no estarán dispuestos a caer sobre el visitante dispuestos a degollarlo, y el alojamiento y aprovisionamiento se harán de buen grado porque el turismo ha conseguido lo que no pudieron las armas: que uno sea bien recibido en la tierra más extraña y ajena que pueda imaginarse.
Así que ni cañones ni picas enhiestas ni banderas con las aspas de San Andrés; sólo vacas y un paisaje espléndido con cimas cubiertas de nieve, pueblos de sabor añejo, verdes praderas y, eso sí, alguna cosa que puede recordar aquella época: las zigzagueantes carreteras de montaña, hoy asfaltadas pero igual de impresionantes (sobre todo porque lo típico es hacerlo en bici), y el fuerte de Fuentes, construido en 1603 por el sobrino del duque de Alba (Pedro Enríquez de Acevedo, conde de Fuentes), que nunca fue conquistado por las armas y que ahora es el epicentro de una reserva natural.
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