Resulta curioso, como mínimo, que los crímenes salvajes y brutales de un psicópata sean recordados con diversas efemérides y se hayan convertido en un acicate turístico. Pero es lo que ha ocurrido con el que fue el primer asesino en serie mediático, Jack el Destripador, del que no sólo se hacen películas, libros y cómics de forma recurrente sino que cualquier turista en Londres puede recorrer una interesante ruta de sus andanzas.
Hoy, además, se cumplen 125 años desde que el 3 de abril de 1888 se descubriera el cadáver de la que durante mucho tiempo fue considerada su primera víctima: Emma Smith, que apareció acuchillada en la cale Osborne. Actualmente ningún estudioso del tema la incluye en el currículum del Destripador, como tampoco a la siguiente, Martha Tabram, hallada el 7 de agosto de ese mismo año en George-Yard cosida a puñaladas (¡39 heridas!).
Fue al finalizar el verano cuando hubo que empezar a registrar las andanzas de Jack, aunque en aquellos tiempos no se tenían las cosas tan claras. Así, la primera prostituta asesinada por él, según el canon más aceptado, fue Mary Ann Polly Nicholls, de 42 años, cuyo cadáver se encontró en Buck’s Row. El 8 de septiembre apareció la segunda en un patio de la calle Hanbury: Annie Chapman, de 45 años.
Para entonces la prensa ya había descubierto el filón que suponían aquellos crímenes y presionaba a la policía, que daba palos de ciego arrestando a sospechosos de todo tipo en función de las habladurías o las divergentes descripciones de testigos. Los comerciantes de Whitechapel, el degradado barrio del East End donde se desarollaron los hechos, incluso organizaron un comité de vigilancia.
El 30 de septiembre un carro que entraba en un patio de la calle Berner se topó con el cuerpo de Elizabeth Stride, de 45 años. Estaba muerta pero aún caliente. Tres cuartos de hora más tarde, un agente hacía su ronda por la Plaza Mitre cuando encontró sin vida a Catherine Eddowes, de 43 años. La primera no presentaba las salvajes heridas que las demás, a quienes tras estrangularlas y degollarlas, les habían extraído sus órganos internos, algo que parecía indicar que el asesino se vio obligado a dejar su trabajo precipitadamente y se cebó con la segunda.
Al día siguiente se convocó una manifestación en el Parque Victoria donde brotó la indignación popular. Y eso que la gente no sabía un dato que se guardó en secreto: antes del amanecer, la policía había encontrado un trapo con el que el asesino habría limpiado su cuchillo y, justo al lado, en un pasadizo, un graffiti hecho a tiza en una pared con una inscripción que el comisario ordenó borrar de inmediato para prevenir desórdenes contra los judíos.
«The juwes are not the men that will beblamed for nothing» decía textual e intrincadamente, incluso con una falta de ortografía en la palabra juwes, que debería ser jews. Claro que algunos expertos opinan que no es una referencia a los judíos sino a unos personajes míticos de la masonería, asociación secreta de cuyos rituales también hay quien ve muestras en los escenarios del crimen, al hallarse los intestinos de las víctimas alrededor de sus hombros y algunos objetos colocados de determinada manera, como recreando una escena.
Así entraríamos en el capítulo de la identidad de Jack el Destripador, que pasó de ser un extranjero (un británico no podía llevar a cabo tamañas barbaridades) a un carnicero, pasando por un indio del espectáculo de Búffalo Bill (de visita en Londres) y muchos más. Los más recurridos por los expertos son el médico de la reina y un profesor llamado Montague Druitt que se suicidó meses después de forma un tanto extraña (ahogado en el Támesis con un ladrillo en cada bolsillo) cesando los crímenes desde entonces, y con las figuras del príncipe Eddy y el pintor Walter Sickert como actores secundarios.
De todas formas, seguramente nadie recordaría todo esto de no ser por las famosas cartas que enviaba Jack, el elemento diferenciador respecto a otros casos parecidos. Se recibieron centenares de ellas aunque, paradójicamente, se considera que casi todas son falsas, escritas por periodistas que querían darle más cuerda al asunto o por ciudadanos que aprovechaban el anonimato para dar rienda suelta a sus fantasías, igual que pasa hoy con los comentarios por Internet. La única que parece tener cierta verosimilitud es la encabezada con la expresión From Hell (Desde el Infierno), que le llegó al presidente del comité de vigilancia acompañada de medio riñón presuntamente perteneciente a la última víctima.
O sea, que el nombre de Jack the Ripper ni siquiera lo había inventado el asesino. Éste se despidió a lo grande, matando y mutilando de forma aún más bárbara a una joven prostituta llamada Mary Jane Kelly en la misma casa de ésta, en Miller’s Court (calle Dorset), sembrando la habitación de trozos de carne y sangre al tener tiempo y nadie que le molestara. Hay una impresionante fotografía del escenario. Fue el 9 de noviembre y se considera el último crimen, pese a que luego todavía hubo otros que entonces se relacionaron y dieron lugar a más manifestaciones, dimisiones y linchamientos.
Más información: Wikipedia
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