Aunque en España siempre se ha tenido a Narciso Monturiol por inventor del submarino, lo cierto es que sólo es autor del submarino «moderno» (y, por cierto, pese a que las pruebas no resultaron mal quedó en el olvido). Con mayor o menor fortuna, intentos por navegar bajo el agua los hubo desde el siglo XVIII.

Al fin y al cabo, prueben a sumergir en agua un vaso boca abajo y comprobarán que en su interior se crea una cámara de aire; con este principio se fabricaron grandes campanas que ya entonces permitían recatar tesoros de buques hundidos.

La primera nave submarina propiamente dicha, llamada Turtle, fue diseñada por David Bushnell en 1771 durante la Guerra de la Independencia de EEUU. Bushnell fue el que asesoró a Robert Fulton, famoso por tener la idea de aplicar la máquina de vapor a la navegación, para la construcción del Nautilus, que ya no llegó a tiempo para entrar en combate y terminó desguazado. Entonces Fulton viajó a Francia en 1803 y le ofreció el invento a Napoleón.

El submarino de Fulton / foto dominio público en Wikimedia Commons

Pero aunque el Emperador financió el proyecto, el submarino tampoco llegó nunca a acercarse lo suficiente a un barco enemigo (aún no existían los torpedos autopropulsados y había que colocarlos en la quilla) y Fulton fue despedido, llevando su invento a Londres. El resto es Historia: Bonaparte se adueñó de Europa pero nunca pudo reducir la oposición de la todopoderosa armada británica ni, por tanto, invadir Inglaterra, lo que a la larga supondría su derrota.

En 1815, tras Waterloo, se entregó a sus enemigos, quienes decidieron que no le exiliarían en una jaula de oro, como habían hecho el año anterior en Elba. Así que en vez de una isla mediterránea donde reinar con su propia corte y una guardia personal, Napoleón fue recluido en otra en medio de la nada, acompañado solamente de sus guardianes: Santa Helena, un pedazo de tierra agreste y batida por el viento en el centro del Atlántico, a medio camino entre África y América del Sur.

Caricatura de Thomas Johnson / foto dominio público en Wikimedia Commons

Se cuenta que, durante el viaje, la fragata que le trasladaba iba seguida de un submarino a vapor. Cuando el Emperador lo vio lamentó no haber dado más tiempo a Fulton. Ni se imaginaba que alguien planearía sacarle de allí con un navío similar. Porque aunque pasaron los años, los bonapartistas aún aspiraban a recuperar a su líder. Su hermano José, el famoso Pepe Botella que reinó en España, había escapado a EEUU, donde se hizo rico y se mostró dispuesto a financiar alguna operación en ese sentido. El problema era que Santa Helena estaba guarnecida por 2.800 hombres, 500 cañones y 11 barcos que patrullaban constantemente la costa.

Aquí entra en escena un curioso personaje. Se llamaba Tom Johnson y era irlandés, contrabandista y marino. De hecho, Walter Scott cuenta que combatió como piloto naval en la batalla de Copenhague a las órdenes del almirante Nelson. Pero los tiempos habían cambiado y se mostró más que receptivo ante una oferta millonaria para sacar a Napoleón de la isla. ¿Cómo? Salvando la vigilancia de los buques ingleses con un submarino y recogiendo a Bonaparte durante la noche para trasladarlo a un navío que esperaría cerca y en el que viajaría a América.

No se sabe con certeza si Johnson llegó a conocer a Fulton. Experiencia en el tema tenía, puesto que ya había hecho un sumergible de cara a la guerra que enfrentó a Inglaterra con EEUU en 1812. El caso es que en 1820 aceptó el plan de rescate y diseñó un submarino de una treintena de metros de eslora, el Etna, pero por suerte o por desgracia, todo cayó en saco roto cuando se supo que Napoleón había muerto. Y como de la gloria al vacío sólo hay un paso, Johnson terminó sus días en prisión condenado por contrabando.


Fuentes

The attempt to rescue Napoleon with a submarine: fact or fiction? (Emilio Ocampo) / The Nautical Magazine / Smithsonian


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