Resulta divertido que el desastre de la Armada Invencible haya servido, a la postre, para hacer un curioso descubrimiento arqueológico ajeno y dado pie a una típica polémica entre historiadores. Hace poco se encontraron los restos de un galéon, enviado a Francia en 1592 por la reina Isabel I de Inglaterra para vigilar el Canal de la Mancha y asegurarse de que Felipe II no enviaba otra flota contra su país.

Entre los objetos encontrados apareció un cristal de roca, de color blanco y corte romboédrico, que muchos identifican con la mítica piedra solar de los vikingos.

Aquí hay que mencionar la leyenda nórdica al respecto, según la cual los legendarios marinos escandinavos utilizaban dicha piedra, la solarsteinn, para orientarse en el mar cuando la niebla les envolvía, pues les permitía localizar la posición del Sol si mirabán a través de ella.

Foto CS California en Wikimedia Commons

Eso fue en plena Edad Media, antes de que la brújula llegara a Europa y cuando el sistema habitual para navegar estaba basado en la observación de las estrellas (además de otros medios como migración de las aves, las líneas de costa, etc), las cuales quedaban ocultas si la bruma era muy densa. Que el cristal en cuestión se utilizaba con ese fin lo apoyaría el hecho de que apareció junto a otros instrumentos náuticos; pero en el siglo XVI ya había aguja magnética, así que quizá se tenía como método auxiliar.

El análisis químico de un fragmento de la roca demuestra que se trata de espato de Islandia, una forma de calcita que es común en las regiones nórdicas. Un mineral que, en el caso presente, se ha vuelto blanco después de siglos de erosión bajo el mar en el barco inglés, pero que en condiciones normales sería transparente y con gran capacidad birrefringente (o sea, de doble refracción), hasta el punto de que hoy se usa en los prismas de los microscopios polarizantes.

Foto dominio público en Wikimedia Commons

La deducción de su uso por los escandinavos parece lógica y fue impulsada por el arqueólogo danés Thorkild Ramskou en 1967: los vikingos podrían mirar a través de estos cristales, rotándolos mientras barrían el horizonte en un círculo para polarizar la luz solar cuando es escasa y trazando una línea hacia el punto donde brillara más.

Más tarde repetían la operación y así tenían dos líneas hacia el astro rey, determinando así su posición exacta. Una antorcha en el lugar y un simple reloj solar completaban la medición y les aclaraba el rumbo.

De hecho, algunos científicos hicieron un experimento en esas condiciones y pudieron seguir los rayos del sol con un margen de error de sólo un grado. Lamentablemente, jamás se ha encontrado una solarsteinn en un pecio vikingo, así que la hipótesis de Ramskou nunca fue tomada demasiado en serio y, a falta de una prueba definitiva, los arqueólogos mantienen cierto escepticismo, aunque sin descartar la posibilidad. Un misterio más de la Historia que deberá esperar turno para ser resuelto.


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