En nuestro artículo sobre el ámbar gris, una valiosísima sustancia producida por los cachalotes en sus intestinos, incluimos una cita de la novela Moby Dick, una referencia constante cuando se trata de documentar la vida a bordo de un barco ballenero porque su autor, Herman Melville, fue marinero en uno, el Acushnet.

Pues bien, durante uno de sus viajes conoció a un marino llamado Owen Chase que le contó una tremenda historia que le había ocurrido a su padre, primer oficial del navío ballenero Essex: el ataque y hundimiento por parte de un cetáceo que lo embistió.

Otro relato de la época, a menudo mezclado con el anterior pero ambos con trasfondo verídico, hablaba de un gigantesco cachalote albino al que ningún ballenero era capaz de dar caza, por lo que los moluscos de su lomo se alternaban con restos de arpones clavados. Se le conocía popularmente como Mocha Dick. Melville juntó todo aquello en una obra maestra de la literatura cambiando ligeramente el nombre del animal.

Ataque de un cetáceo al Essex (Thomas Nickerson)/Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Pero no sería la única pieza literaria que vería la luz. Moby Dick se publicó en 1851 pero en 1838, Edgar Allan Poe también había sido seducido por la odisea del padre de Chase y fruto de ello fue la primera mitad de La narración de Arthur Gordon Pym, que obviaba el ataque de la ballena para centrarse en otra parte del asunto igual de escabrosa o más: la dramática lucha por la supervivencia de los náufragos.

Porque cuando el cachalote hundió el Essex a 3.700 kilómetros de la costa sudamericana del Pacífico, veintiún de sus marineros estaban a bordo de tres lanchas intentando dar caza a otras ballenas y se quedaron en alta mar sin comida ni agua. Guiados por el capitán Pollard, lograron llegar a la isla Henderson, una de las que componen el archipiélago de las Pitcairn (en otro post las mencionamos al hablar del lugar más aislado del mundo), pero agotaron sus escasos recursos naturales en poco tiempo así que, salvo tres de los hombres que decidieron quedarse, el resto volvió a los botes.

Ahí empezó el capítulo más tremendo, el que inspiró a Poe: enloquecidos por la desnutrición resultante del hambre, de la falta de agua y el consiguiente déficit de vitaminas -tuvieron que beber su propia orina-, terminaron enfrentándose violentamente y devorando los cadáveres que iban muriendo. Pero cuando los agotaron tuvieron que afrontar la terrible decisión de sortear la muerte de alguno para alimentarse con su carne. Le tocó al joven primo del capitán que, macabras ironías del destino, se apellidaba Coffin (ataúd, en inglés). La ironía es doble si se tiene en cuenta que Pollard descartó buscar refugio en las cercanas Islas Marquesas porque creía que estaba habitadas por caníbales.

El caso es que al joven sacrificado le siguieron otros siete. Los cinco restantes aguantaron así más de tres meses hasta ser rescatados por el ballenero Dauphin. Iban en dos botes; el tercero sería hallado años más tarde con tres esqueletos a bordo. Siguiendo las instrucciones de los náufragos, otro buque recogió poco después a los tres hombres que quedaron en la isla, maltrechos, casi al borde de la muerte. La madre de Coffin jamás quiso recibir a Pollard.

Pero en aquellos tiempos la gente estaba hecha de otra pasta -o simplemente tenía que trabajar para poder vivir- y sabemos que el capitán Pollard volvería a embarcarse al mando de un nuevo ballenero, el Two Brothers. Y de nuevo naufragó en un arrecife de coral; aunque una vez más sobrevivió, quedó estigmatizado como gafe y nunca más le dieron un barco.


Fuentes

Smithsonian.com


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