Alucinante, el fin de semana meteórico que hemos tenido. Menos mal que no fue en diciembre, coincidiendo con lo del año maya. Uno se levantaba por la mañana mirando el cielo, a ver si estaba despejado para poder ver esa tarde el paso de DA14, y se enteraba de que algunos ya habían desayunado su propia ración de meteoritos con el de 10.000 toneladas y 17 metros de longitud que estalló y se digregó sobre sus cabezas a 51,5 kilómetros de altura, liberando 500 kilotones de energía y enviándoles la lluvia pétrea que hirió a un millar de personas.
Para muchos fue una desgracia pero otros se frotaban las manos. Por ejemplo los astrónomos que, si ya estaban encantados con ver el paso de un meteorito tan cercano que es algo que que sólo ocurre cada centenar de años, encima habían tenido otro más que considerable cayendo en tierra. Para mayor ironía lo hizo en el mismo país en el que ocurrió el último gran fenómeno en 1908, Rusia.
Ya sabrán que allí, sobre la región siberiana de Tunguska, se registró una colosal explosión a unos 10.000 metros de altura y que hoy se calcula equivalente a 15 megatones, arrasando 2.000 kilómetros cuadrados de tundra y bosque; dicen que la onda expansiva llegó a derribar carruajes a 500 kilómetros de distancia. El problema es que nunca se hallaron restos ni un cráter, como los que sí hay en la Luna o incluso en el desierto de Arizona, por lo que no se sabe qué tipo de bólido era.
La falta de dichos restos hace pensar en un cometa en vez de un meteorito y aquí entramos en materia haciendo distinciones. Los cometas están hechos de un núcleo de hielo y polvo de aproximadamente 20 kilómetros de diámetro. Cuando se acercan a una estrella, en este caso nuestro Sol, empiezan a deshacerse dejando la característica cola de gas brillante, denominada coma, que puede alcanzar longitudes varias veces superior a la de la Tierra. Al continuar su órbita alejándose del calor vuelven a enfriarse y la coma desaparece hasta el siguiente ciclo.
En cambio, un meteorito -también llamado aerolito- es una partícula de roca sólida. La mayoría de piedra pero también los hay metálicos -los egipcios utilizaban ese material para fabricar armas- o una mezcla de ambos materiales. Son mucho más frecuentes de lo que se cree: cada año entran en nuestra atmósfera unos 28.000 pero la mayoría se deshacen al calentarse por el cambio de presión.
Las partículas resultantes son lo que llamamos estrellas fugaces, que no resultan difíciles de ver si el cielo nocturno está despejado. A veces se juntan varias estrellas fugaces para formar una lluvia, como pasa con las Perseidas, restos de meteoritos que caen impulsados por el paso de un cometa.
Por último habría que mencionar los asteroides. En este caso hablamos de palabras mayores porque son rocas mucho más grandes: suelen ser de forma irregular pero los que han alcanzado forma esférica incluso se pueden considerar pequeños planetas, como pasa con Plutón. Algunos proceden de la formación del Sistema Solar y otros de choques entre otros más grandes. En fin, los asteroides son los que constituyen una amenaza para la Tierra y un filón para las películas catastrofistas de Hollywood.
¿Qué cayó entonces en Tunguska? Como no quedaron restos, se cree que un cometa: el hielo se habría fundido. Sin embargo, este año un equipo de científicos italianos publicó un trabajo en la revista Geochemistry, Geophysics, Geosystems en el que sugerían que fue un metorito cuyo cráter estaría en el lago Cheko, según deducían de los estratos sedimentarios que analizaron. La respuesta espera en el fondo.
Vía: ABC
Foto: Shane Torgerson en Wikimedia
Más información: Geochemistry, Geophysics, Geosystems
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