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La decadencia de la actividad minera en los últimos tiempos y la huella que dicha actividad deja en el paisaje han impulsado la tendencia de reaprovechar las excavaciones realizadas, convirtiéndolas en museos que muestren al público cómo eran los trabajos en la mina. Hay unos cuantos ejemplos repartidos por la geografía española pero no podía faltar uno de los enclaves más tradicionales: Riotinto, en Huelva, donde el subsuelo ya se explotaba desde la Antigüedad.

En efecto, de allí extrajeron minerales -cobre, fundamentalmente- los tartesios, fenicios y romanos, seguidos de los árabes almohades y, ya en época contemporánea, los ingleses de la empresa que compró la propiedad en 1872 (y que, de paso, introducirían el fútbol en España). De hecho, hay un municipio llamado Minas de Riotinto de nombre origiginado por razones obvias y en cuyo escudo figuran un pico y una maza de minero.

El caso es que hoy la minería ya no es lo que era y, en cambio, está en auge el turismo. Así que allí se ha creado el Parque Minero Riotinto, que cuenta con diversos atractivos para el visitante. En primer lugar el Museo Minero Ernest Lluch, ubicado en lo que fue el hospital de la compañía británica: 1.800 metros cuadrados de superficie expositiva para las piezas arqueológicas halladas en el entorno, incluídas las industriales, relacionadas con los cinco mil años de actividad en la mina. Incluye también la reproducción de una mina romana y una sección etnográfica.

El Ferrocarril Minero es una de las atracciones estrella del lugar. Fue introducido por los ingleses para sustituir a los anticuados medios de transporte regionales anteriores (diligencia, carros de bueyes, mulas) y llevar el mineral hasta el puerto. Así, construyeron cientos de kilómetros de vías y puentes, algunos de los cuales permanecieron en servicio hasta 1975. Pero ahora el tren es exclusivamente turístico: recorre 12 kilómetros rehabilitados con sus vagones de madera y su locomotora de vapor. En el museo, por cierto, se puede ver el vagón del Maharajá, el más lujoso del mundo de vía estrecha, usado por la reina Victoria y Alfonso XIII.

La llegada de la compañía británica coincidió con el afloramiento de los movimientos obreros, por lo que la dirección decidió alojar a los trabajadores en una barrio construido ad hoc sobre una colina de escorias; lo llamaron Bella Vista y allí se levantaron también las viviendas de los ingenieros. Una de ellas es la actual Casa 21, de 540 metros cuadrados distribuidos en tres plantas y jardines. Restaurada en 2005, hoy nos muestra cómo era un hogar victoriano, además de incorporar espacios expositivos explicando la vida común de entonces.

Por último, una visita debe incluir la propia mina. En este caso se trata de Peña de Hierro, un yacimiento de pirita a cielo abierto situado a 10 kilómetros del parque que permite entrar a una galería de 200 metros y pasear por un lugar empleado por la NASA para el proyecto Marte, por su parecido con ese planeta.

A todos estos rincones se pueden visitar por separado o conjuntamente. En el primer caso cada uno tiene su entrada, con tarifas entre los 4 euros del museo a los 8 de Peña de Hierro; en el segundo hay múltiples combinaciones y abonos. Abre todos los días.

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