Que bastante más de medio millón de turistas, la mayoría haciendo escala en los cruceros que recorren los fiordos de la región, visiten cada año un pueblecito de sólo 210 habitantes no deja de ser curioso, bien es cierto que esa localidad se hallá al final de una ruta de 15 kilómetros. Me refiero al fiordo de Geiranger, en la provincia de More og Romsdal (costa noroeste de Noruega), en cuya parte más al interior está el pueblo de marras, llamado igual y últimamente dotado de un buen puñado de hoteles y cámpings.
La península escandinava está llena de estos brazos de mar que se adentran en tierra aprovechando el hueco excavado por antiguos glaciares y que son perfectamente navegables para buques de gran calado, de ahí la afluencia turística: unos 150 cruceros anuales. El fiordo está ramificado en varios canales de los que el principal es el de Storfjorden, famoso porque acoge la ciudad de Alensud. Pero para la mayoría de quienes lo han visto, el Geiranger es especialmente bello, flanqueado por pétreas paredes verticales que parecen cortadas a pico.
Los navíos avanzan entre ellas con ocasionales escalas para proporcionar a sus pasajeros la oportunidad de hacer excursiones hasta las alturas -hay cotas que alcanzan los 1.500 metros de altitud, como el monte Dalssiba– y contemplar así espléndidas panorámicas; de hecho hay miradores para ello, como el Flydalsjavet, un auténtico balcón asomado al abismo no apto para quien sufra vértigo. Pero, para belleza, la de las cascadas que se van encontrando a lo largo de la singladura: Siete hermanas, Velo nupcial, Pretendiente y Storseterfossen; por debajo de esta última se puede caminar.
En realidad no es necesario hacer el trayecto en crucero, pues también lo recorren ferrys y hay una sinuosa y empinada carretera para quien prefiera ir en coche (Carretera Turística Nacional Geiranger – Trollstigen), algo que abre más opciones para el senderismo, si algo abunda allím son rutas para caminar bajo la vigilancia de las cumbres nevadas. Es cuestión de elegir el punto de vista preferido, desde el agua o desde tierra. En cualquier caso, el espectáculo visual y natural está garantizado; por algo es Patrimonio de la Humanidad desde 2005.
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