Imagen: Kelvinsong en Wikimedia Commons

Seguramente no han oído hablar del Proyecto Mohole porque fue diseñado en 1950 y no se pudo llevar a la práctica debido a la insuficiencia tecnológica de la época, volcada en la conquista de la Luna mientras que Mohole tenía como objetivo eso que se llama el espacio interior: llegar al centro de la Tierra. Lo cancelaron en la década siguiente por la rotura del taladro y lo costoso de su reparación, quedando en el olvido hasta ahora; los tiempos han cambiado y un equipo internacional de científicos ha recuperado la idea.

Para ser exactos, ésta no pretende llegar al centro del planeta, que es el núcleo y parece demasiado lejano y caliente (2.900 kilómetros de profundidad y 4.000 grados de temperatura de hierro y níquel, líquidos en la parte exterior pero sólidos en la más profunda), sino al manto, que constituye el 80% del globo y está más cerca: entre 6 y 64 kilómetros, según la zona. Es viscoso, a base de silicatos de magnesio y hierro, aunque lo separa de la corteza la llamada Discontinuidad de Mohorovicic (todas las capas de la Tierra están separadas por estas discontinuidades), una fina línea de la misma composición pero en estado sólido y de un grosor de 6 kilómetros.

Los geólogos del Mohole deberán atravesar esa discontinuidad para llegar a su meta, de la que se sabe poco, casi todo basado en teorías elaboradas a partir de los meteoritos. Obtener una muestra directa sería un logro más que notable pero hay que pasar 30 y 60 kilómetros, lo que obliga a una inversión millonaria (780 millones de euros) y un tiempo de preparativos que fija la fecha de culminación para 2020.

Para ello se cuenta con el Chikyu, un buque japonés (Japón es el principal impulsor de la aventura, en consorcio con otros 23) utilizado para estudiar las placas tectónicas. Mide 210 metros de eslora y cuenta con una torre de perforación de 121 metros con un taladro que puede llegar a 10 kilometros de profundidad. Estas cifras hacen evidente que el agujero debe iniciarse desde el fondo del mar. Será en el Pacífico, donde hay localizados tres puntos posibles: los litorales de Costa Rica, Baja California y Hawai, que además aportan temperaturas frías.

El proceso consistirá en abrir un agujero de 30 centímetros de diámetro que debe llegar hasta los citados 10 kilómetros, de los que 4 son marinos. Todo un logro si se tiene en cuenta que hasta ahora sólo se ha llegado hasta 2,2. El taladro tiene una cabeza perforadora con diversos tipos de cabezales giratorios que envía a la superficie muestras de lo que va excavando; también está dotado de varias válvulas que permiten controlar la presión y detectar posibles bolsas de gas o petróleo. Un peligro que se suma a otro: que el agujero colapse y dé al traste con todo.

La finalidad es conseguir muestras de material, incluidos microorganismos si los hubiera, pero también comprender mejor el funcionamiento de la tectónica de placas, la formación de volcanes y la mecánica de los terremotos. Se supone que también batir el récord, pues hasta ahora el lugar más lejano de la superficie terrestre a que se ha llegado (fondos marinos aparte, donde el mismo Chikyu taladró hasta 2,2 kilómetros) está en Rusia, el pozo Kolskaia: 12.262 metros frente a los 3.800 del lugar natural más profundo, la mina sudafricana Western.

En suma, una frontera más que explorar y superar.

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