
Decir que el Ganges es un río sagrado resulta casi una obviedad puesto que su propio nombre hace referencia a la diosa hindú Ganga. Pero es que este enorme cauce fluvial crea a su paso por la India, desde sus fuentes en el Himalaya, una amplísima cuenca de casi un millón de kilómetros cuadrados de tierras fértiles en las que se han instalado millones de personas. Una colosal población que vive de sus aguas y, paradójicamente, ha originado una grave contaminación, poniendo en peligro especie autóctonas únicas como el delfín o el gavial.
De todas las ciudades que han brotado en sus riberas, sin duda la más estrechamente relacionada con el río es Benarés, en el estado de Uttar Pradesh, una de las siete urbes sagradas del hinduismo y el budismo, al igual que el Ganges es el más sacro de los siete ríos. La imagen principal de Benarés es la de sus famosos ghats, escalones de piedra que bajan hasta el agua (más o menos según el nivel fluvial) en tramos indicados mediantes lingams (esculturas fálicas) para bañarse. Hay un centenar distribuidos a lo largo de casi 5 kilómetros, normalmente abarrotados de fieles que buscan las bendiciones de sumergirse en un acto de purificación.
Una purificación que queda patente también en la costumbre de arrojar al río las cenizas de las piras funerarias donde se queman los cuerpos (40.000 cada año), ya que fallecer en Benarés -o en un radio de 70 kilómetros- libera al difunto del largo ciclo de reeencarnaciones; de ahí que multitud de ancianos acuda a la ciudad a morir ofreciendo una imagen patética. Si un cuerpo llegara al río sin incinerar, la secta Aghori se haría cargo de él; pero no para hacer una cremación o un entierro sino para comerlo en una necrofagia religiosa. La mayoría de los restos, no obstante, suelen incinerarse; hay dos puntos para ello en Marikarnika y Harischandra, las zonas más sagradas, donde no se pueden hacer fotos (ni casi respirar).
Lo de las fotos no es porque sí, claro. Cualquier cámara cobra vida propia ante la magnífica estampa del Ganges a su paso por Benarés, aunque resulta contradictoria: a la luz de la mañana, tamizada por el humo de las cremaciones y con el fondo espléndido del color marronáceo de la arquitectura histórica (siglos XVIII-XIX), bañistas, yoguis, y gentes de todo tipo, ricos y pobres, cumplen el ritual en lo que sería tanto el sueño de cualquier buen fotógrafo o pintor como la pesadilla de una autoridad sanitaria.
Porque el río no sólo acoge cuerpos; también vertidos de alcantarillas que periódicamente originan brotes de tifus y cólera. Si los indios han desarrollado defensas naturales contra ello, cosa discutible, los turistas deberían mantener una distancia prudencial o hacer el recorrido en una barca. Consta de 5 tramos que forman el Panchartirthi, un itinerario que los peregrinos deben seguir bañándose en cada uno.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.