
Hace poco salió la noticia de que un empresario naviero planea la construcción de una réplica exacta del Titanic. El barco será auténtico, es decir, navegará y hará cruceros de lujo como su antecesor, sólo que con más botes salvavidas y medidas de seguridad actuales, además de algunas actividades de ocio a bordo adaptadas a los gustos contemporáneos (entre ellas, fiestas en la zona de 3º clase, como en la película).
Todo lo cual, coincidiendo con la fecha de hoy, 21 de noviembre, me ha recordado la historia del Britannic y de su pasajera más conocida, Violeta Constanza Jessop, una enfermera hija de irlandeses emigrados a Argentina que luego retornaron a Europa.
Como se puede deducir, el HMS Britannic fue el tercer barco de la clase Olympic, la misma a la que pertenecían el buque homónimo y el Titanic. Cuando este último chocó con el iceberg y se hundió, se empezaba la construcción del Britanic en el mismo astillero y la impresión que desató el naufragio llevó a la White Star Line, la compañía, a dotarlo de doble fondo, elevar la altura de los mamparos, doblar el número de botes (incluyendo un para de ellos a motor y 8 grandes pescantes para bajarlos al agua) y, lo mejor, cambiarle supersticiosamente el nombre; el original era Gigantic.
Botado en 1914, no llegó jamás a ejercer su misión inicial, los viajes transatlánticos entre Sothampton y Nueva York, porque estalló la Primera Guerra Mundial y fue requisado para dedicarlo a barco hospital con 3.300 camas. Ello le hizo cambiar de aspecto: lo pintaron de blanco con cruces rojas e incrementaron su iluminación para que cualquier posible enemigo se percatar de que no era un buque de guerra. Al contrario, pues, que su gemelo el Olympic, que también requisado y destinado a transporte de tropas, llevaba pintura de camuflaje.

Con su nueva función, el HMHS Britannic realizó varias singladuras, siendo la más destacada la evacuación de los heridos en el fallido ataque a Gallípoli. Pero la mañana del 21 de noviembre de 1916 navegaba por el Mar Egeo cuando topó con una mina. La explosión destrozó la banda de estribor y provocó otra interna, haciéndolo escorar. El capitán intentó una ingeniosa maniobra para evitar el hundimiento y facilitar el salvamento de los 1.066 individuos que había a bordo: hacerlo encallar en la costa de la isla de Kea, dado que era una zona poco profunda. Lamentablemente, estaba a 3 millas y no llegó a tiempo.
El navío se hundió en menos de una hora -cuando la proa tocó fondo la popa aún sobresalía sobre la superficie- y aunque en un principio parecía que se había puesto a salvo a todo el pasaje, luego las hélices succionaron y destrozaron 2 botes, causando la muerte de una treintena de personas.
Una de las que se libraron fue Violeta Constanza Jessop, que protagonizó el capítulo más literario y jugoso; si no les suena el nombre les diré que era una de esas personas a las que no sabes si calificar de muy afortunadas, muy desgraciadas o cenizas, ya que antes ¡había sobrevivido al hundimiento del Titanic y al choque del Olympic con el HMS Hawke! Violeta se arrojó al agua justo antes de que las hélices hicieran trizas las lanchas, saliendo indemne así del tercer naufragio de su currículum. Vivió hasta 1971.
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