
Ya está ahí el primero de noviembre, el Día de Todos los Santos, aunque tiende a imponerse la imaginería anglosajona del Halloween: calabazas con rostros tallados e iluminados con velas, disfraces de bruja, esqueleto y zombie, vampiros por doquier… Pero tal día como hoy del año 1938 muchos norteamericanos pasaron miedo de verdad a pesar de que su causa era tan ficticia como todos estos personajes de terror. Me refiero a la famosa retransmisión radiofónica de La guerra de los mundos que llevó a cabo Orson Welles.
Supongo que Welles no necesita presentación. Considerado por muchos el mejor director de la historia del cine y su película Ciudadano Kane la más grande, también firmó otras obras maestras como Sed de mal, La dama de Shanghai o Campanadas a medianoche, esta última rodada en España. En 1938 Welles aun no había empezado su carrera cinematográfica pero aquella versión para la radio de la novela de su casi tocayo H. G. Wells le abriría las puertas.
El futuro cineasta, nacido en Kenosha (Wisconsin) en 1915, fue un niño prodigio al que sus padres incentivaron su vena artística. Pronto se introdujo en círculos culturales y se decantó por el teatro, fundando la compañía Mercury Theatre, contratada por la cadena de radio CBS para retransmitir La guerra de los mundos. La forma en que se hizo, narrada como si se tratara de algo real que ocurría en directo, desató el pánico.
Welles interpretaba a un locutor que contaba a su audiencia el espeluznante descubrimiento de que lo que se creía un meteorito caído en Nueva Jersey era en realidad una nave extraterrestre, cuyos repugnantes ocupantes salían a exterminar a los humanos. A lo largo de la tarde se hacían desconexiones deliberadas para crear expectación, se conectaba con enviados especiales a otros sitios donde ocurría lo mismo, se leían comunicados -falsos, obviamente- de las autoridades, se ofrecían testimonios de testigos (uno de ellos interpretado por el célebre Joseph Cotten) e incluso otro actor leyó un mensaje a la nación pasando por el presidente. Y todo acompañado de eficaces efectos sonoros que reproducían el ruido de los rayos de los marcianos, del ejército de EEUU avanzando o de la dura batalla.
El dramatismo, hábilmente dosificado, fue creciendo y terminó con Welles emitiendo un grito ahogado y fúnebre mientras anunciaba la invasión de Nueva York. Para entonces, muchos oyentes ya creían que aquello pasaba de verdad y familias enteras se lanzaban a las carreteras con sus coches, huyendo de la zona. Cerraron montones de comercios, las líneas telefónicas quedaron saturadas, algunos barcos de la US. Navy llamaron a sus marinos e incluso hubo gente que aseguraba haber visto a los marcianos.
A la CBS empezaron a llegar noticias, durante la retransmisión, de la histeria colectiva que se había desatado pero nadie imaginó las cotas que alcanzaba, pensando que sería cosa de algunos excéntricos. Aún así, se introdujeron cuñas recordando que era una obra de ficción. Fue al día siguiente cuando se supo el nivel de caos producido y cuando empezaron a llegar tanto demandas contra la cadena como severas críticas a Orson Welles por irresponsable. Ninguna prosperó y, en cambio, la RKO Pictures le ofrecería manos libres para dirigir Ciudadano Kane. Además, desde entonces el 30 de octubre es el Día de la Radio.
Lo más inaudito de todo es que esta historia se repetiría en Ecuador 11 años más tarde, aunque en esa ocasión los oyentes sudamericanos encajaron peor la broma y prendieron fuego a la emisora.
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.