40 aniversario accidente Andes

Ha pasado casi desapercibido el 40º aniversario del accidente del vuelo 571 de la Fuerza Aérea Uruguaya que se estrelló en los Andes con 45 personas a bordo. Algunos lo recordarán de las noticias de entonces y muchos más gracias a los libros o la película ¡Viven! Pero se trató de un caso real y especialmente dramático por sus circunstancias.

El avión, un bimotor de hélices, transportaba a 40 exalumnos del Colegio Stella Maris de Montevideo, que formaban un equipo de rugby y viajaban al país vecino para jugar un partido. Sobrevolando la imponente cordillera el mal tiempo fue una constante y aunque aterrizaron en Mendoza (Argentina) en espera de una mejora, al final optaron por seguir.

El 13 de octubre de 1972 los vientos cambiaron de dirección e intensidad, alterando el rumbo del aparato sin que los pilotos se percataran de ello. Así, descendieron de altitud para tomar tierra en el aeropuerto de Pudahel, que pensaban que aparecería a la salida de un denso banco de nubes, pero en su lugar se encontraron con la mole pétrea y nevada de un cerro sin nombre (luego bautizado Seler) y, a pesar de la rapidez con que reaccionó el comandante, la cola del avión, que siempre iba un poco más baja (una característica de ese modelo), chocó con la cumbre.

Tras un par de golpes más el avión se partió y acabó estrellándose en el Glaciar de las Lágrimas, sobre la nieve, que no sólo hizo de colchón sino que su humedad impidió que se incendiara. Aún así hubo 13 muertos (algunos salieron volando al partirse la nave en el aire), a los que se sumaron otros 5 los días siguientes por los traumatismos. Quedaban 27 perdidos a 4.700 metros de altitud con temperaturas que llegaban a 42º bajo cero y sin posibilidad de rescate, pues la última posición transmitida por los pilotos fue a un centenar de kilómetros de distancia. Encontrarlos era una aguja en un pajar y 8 días después se abandonó oficialmente la búsqueda.

Uno de los supervivientes, Roberto Canessa, era estudiante de Medicina y tuvo que emplearse a fondo, no sólo tratando las heridas de los demás sino inventando gadgets básicos con lo que encontró para afrontar la situación (guantes, gafas de sol, etc). Un par de semanas más tarde ocurrió una nueva tragedia en forma de un demoledor alud, que sepultó y mató por asfixia a otras 8 personas. Paradójicamente, gracias a quedar enterrados, los que quedaron vivos se libraron de la congelación por una tormenta que se desató en el exterior.

Las heridas del accidente terminaron matando a otros 3 las semanas siguientes pero la muerte se cernía sobre todo el grupo por la carencia de alimentos. Llevaban 72 días allí cuando, a pesar de los escrúpulos morales y religiosos, tomaron la decisión de usar la carne de los fallecidos para comer y sobrevivir. Gracias a ello aguantaron hasta el verano, que trajo el deshielo y una mejora de las condiciones climáticas.

Ya estaba entrado diciembre cuando decidieron mandar una expedición en busca de ayuda. Fueron 3 los encargados, aunque uno de ellos tuvo que regresar por lesionarse. Tardaron 11 días en recorrer 55 kilómetros hasta encontrar un arriero que corrió a avisar a los carabineros; terrible paradoja, si hubieran tomado la dirección contraria, a sólo 21 kilómetros estaba el Hotel Termas del Sosneado. No obstante, al final llegaron los helicópteros de rescate.

Curiosamente, hoy en día se organizan rutas turísticas al Glaciar de las Lágrimas desde el hotel, aunque lo único que queda allí es una sencilla cruz que marca la tumba de los fallecidos con las inscripciones El mundo a sus hermanos uruguayos y Más cerca, oh Dios, de ti. Los restos del fuselaje fueron incinerados.

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