Imagen: Rafael Merino en Wikimedia Commons

Una de las cosas más criticables de España es el olvido y la poca consideración que se tiene en general para el recuerdo de los personajes más importantes de su Historia. Entre otras cosas, esto se plasma, por ejemplo, en que hoy en día no se sabe dónde yacen los cuerpos de algunos de ellos, algo especialmente sangrante en el caso de los artistas del Siglo de Oro: Cervantes, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Velázquez… Todos desparecidos con una excepción, Quevedo.

Y aún así, tuvo que ser un equipo de la Universidad Complutense el que en 2009 identificara sus restos en una cripta común, a donde llegaron de su tumba original en la cripta de la familia Bustos. Claro que en este caso hay un fantasma de por medio: el del propio Quevedo, que ordenó ser enterrado con unas espuelas de oro que había encargado para celebrar su ingreso en la orden de Santiago y que fueron robadas días después de la inhumación por el sacristán para un caballero que quiso lucirlas en un festejo taurino; al espolear al caballo para citar al toro se le apareció el espíritu del difunto y el caballo permaneció inmóvil, siendo embestidos fatalmente.

Francisco de Quevedo y Villegas, para muchos la máxima expresión de nuestra literatura, había fallecido en el convento de los dominicos de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) en 1645, a donde se retirara en 1643 al cumplir una condena de 5 años en el convento de San Marcos (León) por sus críticas al conde-duque de Olivares. Tras los trabajos de la Universidad, el cuerpo fue devuelto a la cripta de los Bustos, en la iglesia de San Andrés, uno de los atractivos turísticos de la localidad junto, cómo no, la Plaza Mayor en la que se celebró la mencionada corrida.

Lo cierto es que una visita al pueblo parece un salto atrás en el tiempo, con calles llenas de sobrios palacios (los de los Ballesteros, Rebuelta o Melgarejo), casas señoriales (la del Caballero del Verde Gabán, que sale en el Quijote), plazas (la Trinidad, la de la Fuente Vieja), conventos (el de las franciscanas o el citado de los dominicos, donde se conserva la celda en la que murió), escudos de piedra, iglesias… También la Casa de la inquisición, el Hospital de Santiago o incluso ruinas de la Antigüedad como el edificio columnado de Jamila.

A sólo 18 kilómetros se puede ver también la Torre de Juan Abad, que perteneció al escritor y donde hoy está su Casa-Museo. Eso sí, que nadie vaya con la idea de contemplar las espuelas de oro; tras el incidente del ladrón nunca más se volvió a saber de ellas.

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