Imagen: Viktor Levit en Pixabay

Si alguien quiere hacerse una idea de cómo vivían los monjes del Císter en la Edad Media, puede informarse en el plano teórico -y de paso entretenerse- leyendo El nombre de la rosa. Pero si además quiere ver in situ como era su entorno, una de las mejores opciones que se le pueden recomendar es viajar a la zona centro de Portugal, a un centenar de kilómetros de la capital, y visitar el Monasterio o Abadía de Alcobaça, donde habitaban 999 monjes (la regla cisterciense estipulaba que siempre habría «uno menos que mil»).

Se trata de es uno de esos sitios turísticos que hay que ir a ver si se está visitando el país, no sólo porque fuera el mayor cenobio de su época ni la primera obra gótica lusa, sino también porque está catalogado como Patrimonio de la Humanidad desde 1989 y se conserva casi toda la estructura original.

Tras la liberación de Santarem de manos musulmanas, el rey Afonso Henriques ordenó la construcción de este monasterio que quedó terminado a finales del siglo XII. Perfecto ejemplo de arquitectura cisterciense, su planta era cuadrada y tenía una iglesia, 7 dormitorios, 5 claustros y las dependencias necesarias para desarrollar una vida tras los muros: refectorio, biblioteca, hospedería, viveros… Especialmente impresionante es la cocina, con una gigantesca chimenea de 30 metros de altura en la que se podían asar 5 bueyes a la vez.

Pero allí todo es colosal. El templo, el mayor de Portugal, tiene 3 naves con bóvedas sostenidas por arcos torales, pilares cruciformes con ménsulas y escasos vanos. Un paseo por la nave central da la misma sensación que caminar por sala hipóstila del templo egipcio de Karnak. De la fachada gótica original únicamente quedan el pórtico y el rosetón (éste reformado), siendo lo demás barroco de 1725. También lo es la Virgen de mármol de su interior, que le da nombre (Nossa Senhora d’Alcobaça).

La decoración de la abadía corrió a cargo de reputados artistas, empezando por el genial autor del Monasterio de los Jerónimos de Lisboa, Joao de Castillo, que en Alcobaça se encargó de la sacristía, la Capilla de los Sacramentos y la galería superior del Claustro del Silencio, dotándolos de bella ornamentación manuelina. Allí están algunos panteones reales, siendo especialmente atractivos para el turista los sarcófagos de Inés de Castro y Pedro I, protagonistas de una difícil historia de amor.

Nadie, en suma, saldrá defraudado de esta visita.

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