Estrasburgo/Imagen: Monika Neimann en Pixabay

Alsacia es una de las regiones más bellas y, a la vez, atípicas de Francia. Quizá porque a lo largo de la Historia a cambiado de manos varias veces. ora en poder galo, ora en poder alemán, dada su ubicación en la frontera misma. Rodeada por los Vosgos, tapizada de viñedos y bosques, salpicada de macizos castillos -que no se parecen nada a los del Loira, palaciegos éstos, de sobrio aspecto medieval aquéllos- y formada entre leyendas nacidas de la dureza de sus valles, Alsacia siempre es un lugar a tener en cuenta para conocer.

Brillan con luz propia tres ciudades: Estrasburgo, Colmar y Mulhouse. La primera, que nos suena especialmente por ser sede del Parlamento Europeo, es una urbe que parece pensada para el turista, tanto por la abundancia de lugares monumentales para visitar como por su casco histórico peatonal, donde es magnífica la catedral gótica su vista desde la rúe Mercière es un clásico-, la iglesia gótica de Santo Tomás, la animada plaza de Kléber, la entrañable Casa Kammrzell o los puentes cubiertos sobre el Rin; pero, sobre todo, el ambiente centroeuropeo culto y tranquilo del barrio de la Petite-France.

Colmar es una localidad a la que se recurre muy a menudo para ilustrar la belleza regional, no en vano se la describe popularmente como “la más alsaciana de las ciudades de Alsacia”. Tiene un casco medieval donde la iconográfica imagen de sus edificios de armazón de madera, relleno blanco y grandes tejados sólo es igualada por los elaborados carteles de hierro forjado que cuelgan de sus fachadas identificando a los locales de artesanos. Pero no se escaparán de la cámara fotográfica la Casa Pfister, la Casa de las Cabeza ni el barrio asomado al río que recibe el nombre de Pequeña Venecia.

Respecto a Mulhouse, ciudad imperial en el siglo XIII que luego se libró casi milagrosamente de la Guerra de los Treinta Años, no se queda atrás en atractivos arquitectónicos, empezando por el mismo Ayuntamiento, que es de un bonito estilo renacentista, los tres torreones (Nessel, Bollwerk y Torre del Diablo) o la capilla de la Encomienda de San Juan y su órgano Silbermann. A todo ello añade un prestigioso Museo del Ferrocarril -el más importante de Europa- y el no menos alabado Museo del Automóvil -exhibe medio millar de vehículos-, que reflejan la vocación industrial que llegó a alcanzar el lugar.

Por supuesto, todo esto es únicamente un vistazo general. Cada una de las tres ciudades citadas ofrece mil cosas más pero es que habría que mencionar tantos pueblos y villas de los alrededores igual de interesantes que haría falta un libro entero: Haguenau y su Museo de Historia, Saverne y el palacio de Rohan, Molsheim, el antiguo campo de exterminio nazi de Struthof, los templos medievales de Sélestat, Ribeauvillé, Riquewihr, Türkheim, Eguisheim, el Ecomusée de Sungdau…

Hay de sobra para elegir o hacer un itinerario que siempre sorprenderá, sea a pie o por el río, pues hay muchos cruceros fluviales. Acompañado, si puede ser, de buen vino alsaciano y un típico chucrut (guiso de coles fermentadas con carnes variadas); aunque habrá quien prefiera la cerveza autóctona picando un bretzel (rosquilla salada en forma de 8).

  • Compártelo en:

Discover more from La Brújula Verde

Subscribe to get the latest posts sent to your email.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.