Imagen: Bertilvidet en Wikimedia Commons

La construcción de embalses siempre viene acompañada de polémica. Puesto que se trata de una alteración del entorno natural siempre suele producirse un choque de intereses y opiniones contrapuestas: las de quienes resaltan las ventajas económicas que traerá la presa frente a los defensores de la conservación natural del entorno.

En algunos casos la confrontación va un paso más allá porque la obra en cuestión puede suponer la desaparición de alguna o varias localidades, obligando a los vecinos a trasladarse, caso de las megalómanas Tres Gargantas chinas; en otras lo que amenaza con acabar sumergido es algún resto arqueológico, cuyo ejemplo más famoso fueron los templos de Abu Simbel en Asuán. A menudo se dan ambos casos a la vez. Y ahora se repite la historia en Turquía.

En Hasankeyf, zona del interior del país, está a medio terminar la gigantesca presa de Ilisu, un ambicioso proyecto de 400 kilómetros cuadrados que promete producir 4.000 gigavatios al año. Está previsto que el nivel de las aguas suba 130 metros, devorando 60 poblaciones que ahora acogen a 60.000 personas. Pero por si no fuera bastante drama, más de medio millar de monumentos históricos de gran valor también quedarán hundidos.

Sumerios, romanos, bizantinos, árabes, mongoles y otomanos pasaron por allí desde 7 milenios atrás hasta nuestros días, dejando un legado arquitectónico y artístico de gran valor; tanto que hay 130 monumentos catalogados que según la UNESCO poseen condiciones para ser declarados Patrimonio de la Humanidad. Por eso algunos países que invertían en la construcción del pantano, como Alemania, Austria, Holanda o Suiza, detuvieron su colaboración. Pero el gobierno turco, apoyado en sentencias judiciales favorables y las ventajas estratégicas que obtendrá (obstaculizar los movimientos de la guerrilla kurda, controlar el abastecimiento de agua del Tigris a Irak), continuó los trabajos con vistas a terminarlos en 2015.

Fortalezas bizantinas, palacios artúquidas, mezquitas ayúbidas, mausoleos yafaríes, termas bajoimperiales, iglesias asirias, puentes, minaretes… Todo puede desaparecer excepto un exiguo puñado de monumentos seleccionado por el ejecutivo ante el escepticismo de los arqueólogos, que opinan que no pueden moverse de allí y que todavía hay material enterrado para excavar medio siglo más. Si la cosa no cambia pronto serán yacimientos subacuáticos.

Foto: Tatil Yertler

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