Imagen: dominio público en Wikimedia Commons

Tal día como hoy, un 13 de agosto pero de 1946, fallecía Herbert George Wells, uno de esas personalidades polifacéticas capaces de desenvolverse en varias disciplinas como la historia, la filosofía y, por encima de todo, la literatura, en la que es más conocido por las iniciales de su nombre.

H.G. Wells fue prácticamente el inventor de un nuevo género novelístico, la ciencia ficción, que en sus novelas va de la mano de una fuerte carga filosófica; al fin y al cabo, este autor era lo que se llamó un socialista utópico -incluso fue miembro de la Sociedad Fabiana durante un tiempo-, una ideología que surgió como reacción contra las precarias condiciones de vida de los obreros en aquellos tiempos de Revolución Industrial -pero alejada del comunismo- y que corresponde con sus orígenes humildes.

Efectivamente Wells, nacido en Kent (Inglaterra) en 1868, tuvo que ejercer varios trabajos y recurrir a una beca para estudiar Biología en el Royal College of Science de Londres. Fue una época difícil para él al depender exclusivamente de ese dinero y prueba de ello es que al poco de terminar y titularse en Zoología cayó enfermo de tuberculosis.

Por suerte, con perdón, porque fue entonces cuando decidió recuperar una vieja idea que le rondaba la mente desde años atrás, cuando, siendo niño, un accidente -una pierna rota- le obligó a permanecer en cama mucho tiempo, permitiéndole devorar montones de libros: dedicarse profesionalmente a escribir. Así, aún no tenía 30 años y sacó su primera novela, La máquina del tiempo (1895), que recuperaba el relato The Cronic Argonauts, publicado previamente en la revista universitaria (de la que fue fundador) The Science School Journal.

En esta novela plantea ya algunos de los elementos que caracterizarán su obra, como la aplicación de la ciencia para lograr un objetivo, la pérdida de la humanidad de algún personaje o una visión del futuro del Hombre, algunos de los cuales se pueden ver también en su siguiente creación, El hombre invisible (1897). Publicada por entregas en el Pearson’s Magazine antes de salir a las librerías, Wells daba una explicación más o menos racional a la invisibilidad del protagonista (cambiaba su índice refractivo al mismo nivel que el del aire, con lo que no reflejaba la luz), aunque no faltó algún puntilloso que le criticó alegando que entonces el personaje habría de ser ciego.

Pero Wells ya estaba lanzado y al año siguiente llegó La guerra de los mundos, donde narra la invasión marciana de la Tierra, tema inédito hasta entonces. En 1938 un cineasta de apellido parecido, Orson Welles, hizo una adaptación radiofónica tan convincente que sembró el pánico entre millones de estadounidenses que creyeron real lo que estaban oyendo (por cierto, el hecho se repitió en Ecuador en 1949 pero allí los indignados oyentes terminaron quemando la emisora).

Hay muchas novelas más que Wells escribió en términos de ciencia ficción: en Los primeros hombres en la Luna se adelantó más de medio siglo a la realidad; en El alimento de los dioses introducía una combinación de terror, ecología y fábula utópica social; en La isla del doctor Moureau aplicaba sus conocimientos zoológicos para proponer la hibridación, etc.

Con el inicio del siglo XX, Wells empezó a centrarse en otros géneros como la crónica social o la Historia, pero hoy es recordado sobre todo por sus obras de ficción científica, llevadas al cine con frecuencia por su extraordinaria imaginación y su carácter intemporal.

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