Hay una expresión en castellano, elefante blanco, que sirve para designar a alguien que dirige en la sombra, de forma encubierta. En inglés y francés, en cambio, se utiliza en alusión a una empresa difícil cuyo coste resulta mayor que el resultado; es algo importado de Tailandia, donde los monarcas regalaban un animal de ese color a los súbditos con los que no estaban satisfechos, obligándoles a mantenerlo y exhibirlo y llevándoles así a la ruina.
En cambio, un elefante blanco hoy no tiene por qué significar algo malo. Al contrario. Así lo entendieron en Myanmar (Birmania) hace unos meses, poco antes de las últimas elecciones: el nacimiento de un paquidermo albino en Naypyda fue interpretado como un augurio positivo, el anuncio de que se avecinaban cambios en la anquilosada política nacional. Y, en efecto, la profecía se plasmó en una tímida transición.
Para entender todo esto hay que explicar que los elefantes de piel clara son considerados en Asia como signos de buena fortuna debido a su aparición en la historia religiosa (la madre de Buda, Maya Devi, soñó con uno de 6 colmillos antes de dar a luz a su hijo Siddartha Gautama) y, más probablemente, a la escasa frecuencia con que se dan. Y por eso cuando ocurre tal acontecimiento todos se vuelcan en cuidar al sagrado recién nacido, alojándolo junto a un templo para que todo el mundo lo visite y se empape de su suerte.
Lamentablemente, ni todos los paquidermos gozan de tal estatus ni todos los humanos les dedican buenos sentimientos. Estos días ha circulado por ahí la terrorífica imagen de una cría de elefante que, según lo acostumbrado, fue separada de su madre, inmovilizada con fuertes ataduras y golpeada salvajemente con una estaca. Ocurrió también en Myanmar, donde los mahouts (entrenadores de elefantes) adiestran a sus animales a golpes.
Aplican esa técnica ancestral, a la que llaman «aplastamiento» porque busca doblegar y hacer desaparecer el espíritu del paquidermo, durante 3 terribles días, transcurridos los cuales el elefante habrá comprendido quién manda y se volverá sumiso. Al parecer todo esto forma parte del tráfico de proboscídeos hacia Tailandia, país que presume de tratarlos bastante mejor e incorporarlos al turismo. Dicen que cada semana un elefante es trasladado de un país a otro ilegalmente. Previo «aplastamiento».
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