Un 12 de julio como hoy pero de 1776, James Cook zarpaba de Inglaterra para iniciar el tercero de sus famosos viajes. A la postre también el último porque no regresó. Por entonces Cook, natural de Marton, ya había entrado con con letras de oro en la historia naval de Gran Bretaña, que ya es decir. Sólo que, aún perteneciendo a la Royal Navy, su leyenda no se había originado en combate, como sí pasó con Nelson o Collingwood, sino en periplos científicos.
Hijo de una humilde familia escocesa, había aprendido a navegar como grumete en barcos carboneros y llegó a capitán mercante trabajando en el Báltico antes de presentarse voluntariamente a la Armada Real en 1775; para ello no dudó en renunciar a lo ganado hasta entonces y, como era costumbre, entrar como simple marinero veterano. Participó en la Guerra de los Siete Años ganando fama de buen cartógrafo, labor a la que se dedicó el lustro siguiente y que le supondría ser elegido por la Royal Society para capitanear la expedición que se proyectaba al Pacífico con el fin de observar el tránsito de Venus sobre el Sol y trabajar con el prestigioso botánico Joseph Banks en la recolección de ejemplares.
Cook eligió para ello, por su robustez, uno de los buques carboneros que tan bien conocía, el HMS Endeavour y arribó a Tahití en 1769. Realizados los trabajos astronómicos partió hacia el oeste, cartografiando Nueva Zelanda, Tasmania y otras islas hasta descubrir, aunque sin percatarse de ello, Australia: Botany Bay. Después de un sinfin de aventuras regresó a Inglaterra habiendo logrado un éxito extra: no perder ningún hombre de la tripulación por el escorbuto al obligarlos a comer fruta y chucrut (que aportaban vitamina C, causa de la enfermedad).
Ascendido a comandante, volvió a ser designado para un nuevo viaje en busca de Terra Australis, un presunto continente que se creía en aquellas latitudes. Con 2 navíos, el Resolution y el Adventure, partió en 1772, descubrió Georgia del Sur, las Islas Sandwich (actual Hawai) y varios archipiélagos más, cruzando después el Círulo Polar Antártico para ver la Antártida. De nuevo le colmaron de honores al volver y ganó un nuevo ascenso a capitán. Fue entonces cuando le propusieron un tercer viaje para encontrar otro mito, el Paso del Noroeste, que conectaría el Atlántico y el Pacifico por el norte de América.
Con los mismos barcos de su aventura anterior viajó primero a Hawai, donde los nativos le recibieron magníficamente porque le consideraban por el dios Lono. Luego la expedición se dedicó a cartografiar la costa oeste americana pero, fracasando en su intento de cruzar el Estrecho de Bering por el mal tiempo, tuvo que regresar a Hawai, donde ya no le recibieron tan bien porque su mitología no hablaba de un nuevo regreso de Lono, lo que demostraba que era un impostor, y encima había escasez de alimento.
Fue entonces cuando ocurrió el incidente mortal: siguiendo la costumbre que había aplicado en los viajes anteriores, Cook se dispuso a tomar como rehén al rey local hasta que su pueblo devolviera una lancha que había robado. Pero los hawaianos no eran tan pacíficos como los tahitianos. Rodeado por miles de guerreros en la playa, tras un breve enfrentamiento el marino fue cosido a lanzazos y luego devorado. Un final no muy épico para un héroe nacional. Por cierto, en ese último viaje uno de sus oficiales era William Bligh, que poco después (1789) se haría famoso por el motín que sufrió en la nave que mandaba, la Bounty.
Imagen: James Cook retratado por Nathaniel Dance-Holland (dominio público en Wikimedia Commons)
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