¿Qué sabemos de Islandia si nos planteamos unas vacaciones a este país? Poca cosa, reconozcámoslo. Los aficionados a la literatura sabrán situar allí el volcán Snaefells, por donde entraban los personajes de Julio Verne en Viaje al centro de la Tierra; a los usuarios de spas les sonará el Blue Lagoon, donde se pueden dar relajantes baños geotermales; los gastrónomos seguro que degustan algo más que el típico salmón ahumado; y los que siguen la actualidad desearían imitar la iniciativa ciudadana de procesar al político que no supo o quiso evitar la crisis económica.
Pero, claro, en Islandia hay mucho más; sobre todo volcanes(también habrá quien recuerde al Eyjafkalla, aquel que entró en erupción hace un par de años), a pesar del frío. Un frío que pela, sí, pero sin él no podríamos ver los espléndidos glaciares, y las espectaculares cascadas que producen los deshielos, como las de Gullfoss, Seljalandfoss o Godafoss. Así que, ya que se menciona, vamos a hablar un poco de una de ellas muy fotogénica: la cascada de Skógafoss.
Está situada en el extremo sur de la isla, cayendo desde lo alto de lo que antes era un acantilado costero pero que hoy queda 5 kilómetros tierra adentro, conservando su forma paralela al litoral durante cientos de kilómetros y constituyendo una especie de separación natural entre las tierras bajas y las altas.
Cubierto de un tapiz vegetal de un intenso tono verde, es un reclamo turístico de primer orden gracias a los 25 metros de ancho de una cortina de agua torrencial que se precipita desde 60 metros de altura, pudiendo admirarse en toda su magnificiencia desde el pie de la misma, entre el estruendo del agua al chocar, la espuma, el vapor de agua y el arco iris que se origina con bastante frecuencia.
No obstante, también es posible contemplar este salto desde otras perspectivas. Desde arriba, por ejemplo, gracias a una escalinata que hay a la derecha. Además, a medio camino hay un saliente natural que permite acercarse al agua y en el que, cosa curiosa, se conserva una roca en forma de troll.
Y así entramos ya en el terreno de los mitos. Poruqe el hecho de que cualquiera pueda acercarse tanto resulta acorde con la leyenda del lugar, según la cual Þrasi Þórólfsson, el primer colono vikingo, lo eligió para esconder un cofre con un tesoro, en una gruta natural disimulada por la cascada. Un niño lo habría encontrado tiempo después pero sólo pudo agarrarlo por un asa que se desprendió, perdiéndose la caja para siempre en el agua.
Foto: Chris73 en Wikipedia
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