
El 26 de julio de 1894 nacía en Godalming (Inglaterra) Aldous Leonard Huxley, uno de esos escritores difícilmente catalogables pese a que las apariencias puedan indicar lo contrario. De hecho, Huxley practicó a menudo el género del ensayo -hay quien considera que sus novelas son eso, ensayos narrados- y recuerdo que en mi juventud lo estudiábamos no sólo en Literatura sino también en Filosofía.
Su enorme bagaje cultural le venía de familia (que además le hizo estudiar en Eton), mientras que la actitud vital, más bien pesimista, probablemente derivaba tanto del suicidio de su hermanastro como de la ceguera que sufrió desde muy joven y de la que se recuperó parcialmente, tras un largo proceso de rehabilitación -de todas formas había aprendido Braille-. Esta afección, sin embargo, no le impidió licenciarse en Literatura Inglesa y trabajar inicialmente como profesor y crítico teatral mientras iba publicando libros de poesía. Luego, en la década de los veinte, se fue decantando por la prosa.
Tras casarse con Marie Nys se conviertió en un viajero incansable, visitando Europa (España incluida), EEUU, América Central, Túnez, y el sudeste asiático, y estableciéndose en Italia ya con dos novelas en su currículum que criticaban sin piedad el esnobismo de la clase intelectual de la época. Pero en 1932, trasladado a Francia, llegó su obra maestra, la que le dio fama y por la que se le conoce aún hoy: Un mundo feliz (Brave new world).
Se trata de una fábula futurista en la que describe una sociedad estrictamente jerarquizada, no por el nivel económico de sus ciudadanos sino por su predeterminación genética, y en la que el uso de una droga llamada soma permite mantener el orden creando una ilusión de felicidad social. Se adaptó como serie de TV en los años setenta y aquí tuvo cierto éxito creo recordar.
La siguiente fase de la obra literaria del autor, coincidiendo con su establecimiento definitivo en EEUU, fue el ensayo, con predominio de la temática religiosa, seguida inmediatamente, ya en la segunda mitad de la década de los cincuenta, de un interés especial por las drogas: fascinado por la capacidad experimental de la mescalina y el LSD, Huxley abrió el camino de lo que poco después fue una moda, la psicodelia, y lo plasmó en un libro cuyo título originó una expresión que se hizo muy popular, Las puertas de la percepción.
También escribió guiones para el cine y se vio influenciado por la «caza de brujas» del senador McCarthy, algo que plasmó metafóricamente en otra de sus obras más conocidas, Los demonios de Loudun, basado en un acontecimiento histórico en esa localidad gala durante el siglo XVII: la histeria colectiva en un convento considerada entonces posesión demoníaca.
Huxley retomaría de nuevo su afición a viajar en un periplo por el África mediterránea que sirvió de despedida de su mujer, devorada por el cáncer. También él sufrió la enfermedad, falleciendo el mismo día del asesinato de Kennedy (23 de noviembre de 1963). Su última gran creación fue, en cierto modo, una revisión de Un mundo feliz, una novela en la que estuvo trabajando 5 años y cuyo manuscrito se salvó milagrosamente del incendio que destruyó la casa que tenía en Hollywood: La isla.
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