Foto Armin Hamm en Wikimedia Commons

Uno de los rincones de África más extraños es la ciudad monástica de Lalibela, en la turísticamente casi desconocida Etiopía.

Extraño pero maravilloso, insólito y fascinante. Ya imagino que el nombre quizá no les sonará pero seguramente la imagen sí que les resulte más familiar, aunque sólo sea por haber aparecido en varias películas.

Once peculiares iglesias y un cenobio constituyen la que es segunda urbe santa del país, detrás de Askum.

Y, sí, digo iglesias y no mezquitas porque en ese lugar no es el Islam el que predomina desde que el rey Gebra Maskal Lalibela no sólo dio nombre al sitio (aunque originalmente se llamó Roha) sino que lo fundó en el siglo XIII como ofrenda a Dios por «resucitar» tres días después de haber sido envenenado por su hermano.

Foto MarcD en Wikimedia Commons

Al igual que ocurre con la supervivencia milagrosa del monarca, evidentemente canonizado, la leyenda cuenta que la ciudad, una versión etíope de Jerusalén, fue erigida en pocos días gracias a la intervención de los ángeles. La realidad es que fueron cristianos coptos egipcios, que huían de los musulmanes, los que lo hicieron. Y tardaron casi un siglo.

Ello no es óbice para que los nombres bíblicos estén por doquier; incluso un arroyo semiseco se llama, pretenciosamente, Jordán y es el escenario principal de la fiesta más importante: el Timkat o Epifanía, el 19 de enero.

Miles de personas se reúnen entonces para un bautismo colectivo, pleno de devoción y misticismo, en una colorista procesión a ritmo de tambores en el que se saca el Tabot, la réplica local del Arca de la Alianza, aunque siempre tapada por una tela.

El itinerario de estos desfiles religiosos recorre los túneles excavados en la roca basáltica, que desde 1978 forman parte del Patrimonio de la Humanidad y entrelazan subterráneamente los templos, su imagen más emblemática.

Foto MarcD en Wikimedia Commons

Éstos también están construidos a partir de la masa de piedra natural pero algunos aprovechan cuevas mientras que otros son exentos, esculpidos y cincelados como si de gigantescas esculturas se tratase.

Tienen planta de cruz griega y se proyectan en altura desde 15 metros bajo el nivel del suelo hasta la superficie, siendo el más destacado el conocido como Beta Ghiorgios (Casa de San Jorge).

Por dentro el mobiliario es austero, pobre incluso, y la iluminación escasa. Pero en cuanto los ojos se habitúan a la penumbra descubren los maravillosos murales policromados de las paredes representando escenas murales de la Biblia.

  • Comparte este artículo:

Descubre más desde La Brújula Verde

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

Something went wrong. Please refresh the page and/or try again.