Paseo fascinante Museo Maritimo Barcelona

Visitando Barcelona es casi inevitable bajar la Rambla hasta el puerto deportivo para ver la estatua de Colón y los yates anclados del Port Vell; desde allí se puede cruzar la Rambla del mar, una moderna pasarela que da acceso al Moll d’Espanya, donde están el centro comercial Maremágnum y el colosal Aquárium. En este entorno se ubicaba, hace siglos la zona marinera de la ciudad, la Barceloneta, donde se juntaban marinos con pescadores, militares con carpinteros de ribera.

Y allí, ubicadas en sus 10 alargadas naves góticas de grandes ventanales y tejados a dos aguas (120 metros de largo por 13 de ancho y 6 de altura), se hallaban las Reales Drassanes, es decir, las atarazanas donde se construían los barcos. Ya no funcionan como tales, obviamente, pero siguen en actividad tras la oportuna rehabilitación y reforma: ahora son la sede del Museo Marítimo, uno de los lugares más recomendables de Barcelona no sólo por la completa colección que expone sino por el propio atractivo del edificio, el mejor conservado del mundo en su especialidad.

Estos astilleros, como los llamaríamos hoy, fueron la base sobre la que la Corona de Aragón asentó su dominio del Mediterráneo. Fundados en el siglo XIII, dicen que eran capaces de hacer una treintena de barcos a la vez gracias a sus diques secos, de donde salieron las cocas y galeras que garantizaron la unión dinástica, comercial y militar con Sicilia. Después, con la unificación de España, alumbraron auténticas flotas con las que se frenaron las correrías berberiscas.

Precisamente la pieza estrella de la exposición permanente es una reconstrucción de la galera Real, la nave capitana desde la que don Juan de Austria, hermanastro de Felipe II, dirigió la alianza cristiana contra los otomanos en la batalla de Lepanto en 1571. Se hizo en 1967, para conmemorar el cuarto centenario del evento, a tamaño natural (60 metros de eslora) y se puede subir para ver cómo era la vida a bordo, tanto para los soldados como para los galeotes que remaban para purgar condenas.

Pero el visitante no sólo disfrutará con la galera. En esos 10.000 metros cuadrados de museo, distribuidos en salas con nombre propio, también hay una amplia representación de todo tipo de embarcaciones, haciendo un paseo histórico desde las naves egipcias a los vapores del siglo XIX, pasando por carabelas, galeones, navíos de línea e incluso las populares tartanas, unos a escala real y otros en maqueta.

Y además, libros de leyes (incluyendo el Llibre del Consulat del Mar), exvotos, instrumentos de navegación, pinturas, planos de buques, mascarones de proa, ruedas de timón, bitácoras, dioramas, cañones etc.

Mención aparte merecen la Sala Ramón Llull, dedicada a cartografía náutica y donde destaca la colección de portulanos (uno de ellos perteneciente a Américo Vespuccio), y la Sala Pedro el Ceremonioso, donde se dedica una sección al ingeniero Narciso Monturiol, creador del primer submarino moderno, el Ictíneo (del que hay una réplica a tamaño natural a la entrada del museo).

Declarado Bien de Interés Cultural, el Museo Marítimo de Barcelona abre toda la semana de 10:00 a 20:00 por una tarifa básica de 2,50 euros, aunque hay descuentos y precios variados que incluyen la entrada al pailebote Santa Eulalia, anclado enfrente, y otras modalidades. No se lo pierdan. Busquen un buen hotel en Barcelona y visítenlo con tranquilidad.

Foto: Fritz Geller-Grimm en Wikimedia

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