Últimamente han coincidido varias exposiciones basadas en la reconstrucción de máquinas antiguas. Las más habituales son las que replican los ingenios voladores de Leonardo da Vinci, que se pudieron ver en unas cuantas ciudades; sin ir más lejos, la semana pasada terminó una en el aeropuerto de Fiumicino de la que ya habíamos hablado aquí.
Pero actualmente hay una fascinante en Buitrago de Lozoya en la que las máquinas no son las que perseguían la conquista de los cielos sino de ciudades, artefactos que llevaban a la práctica la ingeniería militar más avanzada de tiempos con el objetivo, tan viejo como la Humanidad misma, de matar y someter al enemigo.
Lo interesante es que no se trata de aparatos modernos sino de aquellos utilizados en la Antiguedad y la Edad Media, construidos siguiendo fielmente los modelos auténticos, a tamaño natural y con materiales similares a los que se disponía en aquellos tiempos: madera, hierro, crines… Una tecnología al servicio de la destrucción, usada para el asedio durante dos millares de años hasta la aparición de los cañones y morteros. De hecho, ése es el título de la muestra: Dos milenios de historia de la artillería.
Lo mejor es que no se exhiben en un museo sino en murallas de época, las de Buitrago de Lozoya, que por conservarse íntegramente (las únicas de toda la Comunidad de Madrid) están catalogadas como Monumento Nacional y que con sus bastiones, almenas, adarve, barbacana -todo rematado con un espléndido alcázar gótico-mudéjar- forman un Conjunto Histórico Artístico y tienen además la consideración de Bien de Interés Cultural.
Avanzando por el adarve, entre los ladrillos, el visitante va descubriendo estas piezas capaces de arrojar pesadas piedras a centenares de metros de distancia, como el lu’ab árabe, o de disparar de una sola vez docenas de flechas, como la primitiva ametralladora que era el hwach traído de Oriente. Todas proceden del Trebuchet Park, una especie de museo temático que hay en Albarracín, ofrecidas para el disfrute público por el Quadrivium Medieval de Buitrago hasta septiembre.
Con un pequeño esfuerzo de imaginación no es difícil «ver» a los legionarios romanos preparando las catapultas y onagros, a los integrantes de una mesnada medieval dándole vueltas al torno de la ballesta gigante, a guerreros del Islam manejando el jarkh o bizantinos con su mangonel. Y, griterío, tensión, sangre, valor, maldiciones, miedo. O, como decía el poema de Manuel Machado: «polvo, sudor y hierro».
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