Imagen: Diego Delso en Wikimedia Commons

El Perú prehispano es pródigo en lugares que combinan monumentalidad con cierto aire enigmático. Los ejemplos más conocidos son Machu Picchu y las líneas de Nazca pero hay unos cuantos más, entre ellos la necrópolis de Sillustani.

Se trata de un cementerio que acoge enterramientos de diversas culturas anteriores a la llegada de los españoles, desde los aymaras hasta los incas -aunque éstos en menor cantidad-, que se halla en una península del lago Umayo, a unos 30 kilómetros al norte de Puno. Su principal característica son las chulpas, unos torreones circulares que cubren el sitio dándole el curioso aspecto de un gigantesco ajedrez.

Foto Alfredobi en Wikimedia Commons

Las chulpas eran fundamentalmente tumbas donde los nobles y sacerdotes eran inhumados, momificados, en posición fetal y rodeados de su ajuar. Sillustani, expresión que significa algo así como «resbalar la uña» (en referencia a la imposibilidad de introducir ésta en las uniones entre las piedras de las construcciones), no es el único sitio donde se localizan estas peculiares estructuras arquitectónicas, ya que también las hay en Bolivia y Chile (y las tupas de Pascua también se parecen). Pero aquí son especialmente significativas por ser un resto importante del reino colla.

Los colla estaban gobernados por el Zapana Cápac, señor que poseía vastos rebaños de llamas y alpacas y estaba ayudado en las diferentes regiones por los malkus. Los colla rendían culto al dios volcánico Tunupa, al que hacían sacrificios humanos, y consideraron Sillustani como un centro místico donde se unía el mundo de los vivos con el más allá, de ahí que lo escogieran para enterrar a sus muertos.

Foto Alfredobi en Wikimedia Commons

Hay miles de tumbas pero las chulpas son las más vistosas. De planta circular, están hechas de piedra y mampostería (la de Bolivia son de adobe y rectangulares), con una puerta orientada al este (por donde sale el sol), aunque tan pequeña que el cadáver debía introducirse antes de terminar la bóveda. El exterior, al contrario que el interior (relleno con pequeñas piedras bastas), se decoraba con grandes bloques labrados encajados entre sí sin ningún tipo de cementación.

Se llega a ellas tras subir una escalinata de 147 metros y atravesar la muralla que cerraba el recinto. También hay rocas talladas con diversas formas (cabezas, falos, motivos geométricos), aunque en ese aspecto destaca especialmente el divertido relieve que representa una lagartija en la pared exterior de la Chulpa del Lagarto, la más grande (12 metros de altura y 6,50 de diámetro), considerado una alegoría de la vida (por la capacidad de estos reptiles para regenerar su cola cuando la pierden).

En suma, un lugar mágico que resulta perfecto para completar cualquier tour por el altiplano y que muestra que Perú no se limita a los incas.

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