
Recordarán que el otro día hablábamos de las Reales Atarazanas, sede del Museo Marítimo de Barcelona. Pues bien, la entrada incluye una visita al pailebote Santa Eulalia, un navío que está anclado unos metros más allá, en el Moll de la Fusta o Muelle de Madera del Port Vell, y que a menudo se usa para bodas o eventos varios (los Reyes Magos solían llegar a bordo el 5 de enero).
Se trata de un velero mercante construido por Antonio Marí Aguirre y botado por el armador Pascual Flores Benavent en los astilleros Martí (Torrevieja, Alicante) en 1919 para el transporte de cargamentos varios (sal, conservas, minerales, vino) entre esta localidad levantina y la isla de Ibiza. Tuvo dos buques gemelos, el Esperanza y el Pascual Flores, que era el hijo del armador, mientras que el Santa Eulalia fue bautizado originalmente con el nombre de la hija, Carmen Flores.
Con un casco fabricado en madera de pino y olivo que medía 47 metros de eslora (bauprés y botavara incluidos), 8,5 de manga y 190 toneladas de peso, disponía de 3 palos (trinquete, mayor -27 metros de altura- y mesana) con 12 velas variadas. Bastaban 5 marineros y un capitán para tripularlo, aunque tenía capacidad para llevar también 12 pasajeros y, de hecho, realizó 2 singladuras transatlánticas a Cuba.
En 1931 lo renombraron Puerto de Palma y en 1936, tras ser incautado por contrabando, de nuevo cambió su gracia por la de Cala San Viçens, pasando a formar parte del bando nacional durante la Guerra Civil y siendo equipado con artillería para patrullar por el Mediterráneo. No sería ése su último nombre porque desde 1973, año en que lo compró una empresa de salvamento y trabajos subacuáticos, se convirtió en el Sayremar Uno. En 1980 pasó a manos de otra empresa del mismo sector, sufriendo 5 años después un incendio que casi lo destruye.
Por deudas, terminó embargado por la Seguridad Social en 1996, languideciendo en el puerto de Cartagena hasta que el Museo Marítimo de Barcelona lo adquirió en subasta pública en 1997. Así fue cómo, una vez más, cambió de nombre, pasando a llamarse Santa Eulalia. Lógicamente, los técnicos del museo acometieron su restauración, para lo cual tuvieron que reponer sus mástiles, la arboladura y los 526 metros cuadrados de superficie vélica, todo ello eliminado décadas atrás en beneficio de un motor (no obstante el barco puede navegar hoy tanto a vela como a motor), entre otros trabajos minuciosamente documentados.
El Santa Eulalia fue la primera -y más grande- de una serie de embarcaciones histórico-tradicionales recuperadas y rehabilitadas por el museo; le siguieron el bote de prácticos Pòl-lux, el velero de regatas Drac y el laúd Lola, hallándose ahora en pleno proceso la barca Patapum. Actualmente se puede ver por dentro íntegramente pero es más que un museo flotante, puesto que los sábados por la mañana realiza salidas al mar de 3 horas y, en julio, los jóvenes de 12 a 16 años también navegan en excursiones didácticas, participando en las tareas marineras.
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