Tal como nos han estado recordando los medios de comunicación desde hace tiempo, hoy, lunes 19 de marzo, la Pepa cumple 200 años. Ése es el apodo que le pusieron -por promulgarse el día de San José y para burlarse del rey intruso, Pepe Botella– a la que fue la primera constitución de la historia de España. Fue en 1812, en Cádiz, ciudad donde se habían refugiado las Cortes ante la invasión francesa y la retención de la familia real en Bayona por Napoleón.
Estos dos hechos resultaron fundamentales, ya que, en ausencia de rey y con el país ocupado, fueron las Cortes las que asumieron la soberanía nacional como representantes de la nación en guerra contra el invasor (en realidad había un Consejo de Regencia de España e Indias pero no veía con buenos ojos las Cortes, de ahí que hubiera que recortarle poder). Por primera vez se reunían en nombre de ésta y no del monarca o de alguno de los reinos anteriores a la unificación, por eso el diputado Agustín Argüelles (al que llamaban el Divino por su pico de oro) proclamó “Españoles, ya tenéis patria”.
Con el país dominado por el ejército francés no fue fácil conseguir reunir los 285 diputados previstos (sólo hubo una cámara). Se dividieron en 3 grupos: liberales, absolutistas (también llamados serviles) y americanos (representantes de las colonias); de todos ellos 90 eran clérigos y 14 aristócratas, siendo el resto de clase media (campesinos y clases bajas no tenían tiempo para la política).
Aún así, como no había partidos, las ideologías eran ambiguas y un liberal podía ser muy abierto en cuestiones económicas y retrógrado en avances sociales. Algo que quedó de manifiesto en el texto constitucional, mezcla de conceptos novedosos y concesiones al conservadurismo. Para su confección se realizó una consulta general por todo el territorio español, a través de diversas instituciones, para recabar opiniones e ideas. Con ellas se pusieron a trabajar 5 juntas, cada una en un tema general.
Hicieron falta 2.000 sesiones parlamentarias -se llevaban a cabo en la iglesia del Carmen, en la Isla de León- para discutir todos los artículos y leyes que la comisión liderada por Muñoz Torrero había redactado. Fue una tarea compleja en la que algunos sectores absolutistas terminaron expulsados por negarse a aceptar el más mínimo cambio. Al final el carácter moderno y optimista que destilaba Cádiz, donde había un centenar de cafés y se editaban 8 periódicos, se impuso al asedio francés -los bombardeos eran constantes- y a la epidemia de fiebre amarilla que llegó a matar a una veintena de diputados.
La Constitución planificaba su desarrollo práctico en 3 fases: en la primera, entre 1810 y 1812, se aplicarían los derechos y libertades (de los que quedaban excluidos mujeres y esclavos); en la segunda, entre 1812 y 1813, se procedería a las reformas sociales (de las que la más polémica fue la abolición de la Inquisición); en la tercera, de 1813 a 1814, llegaría el momento de acometer una reforma económica.
La derrota francesa y el retorno de Fernando VII dio al traste con todo cuando el soberano restauró el absolutismo. Pero para el recuerdo quedan nombres propios como Jovellanos, Argüelles, Muñoz Torrero, Calatrava, Alcalá Galiano, Cayetano Valdés, Cabrera, Flórez Estrada, Quintana, Pérez de Castro, el conde de Toreno, etc.
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