Imagen: Susanne Plank en Pixabay

Si alguien está buscando sensaciones nuevas para su próxima visita a Barcelona puede probar con los restaurantes clandestinos, una moda importada de las grandes capitales europeas que, a su vez, parece ser que la trajeron de EEUU. En la ciudad condal prendió hace un par de años y cabe suponer que pronto saltará a otras ciudades, siempre que tengan suficiente tamaño ya que es difícil que haya secretos en las comunidades más pequeñas.

Aunque, claro, tampoco es que los restaurantes clandestinos sean un secreto propiamente dicho, ya que son legales: tienen su licencia, sus permisos y, últimamente, incluso perfil en Facebook y las redes sociales. Lo que les diferencia de los normales es que no están a la vista sino que se ocultan tras negocios de otro tipo. Una puerta, unas escaleras o una cortina que parecen dar a la trastienda en realidad pueden ser la puerta a un local con mesas, cocina y camareros.

Y a veces no es fácil entrar. Algunos requieren hacer una reserva al móvil del chef -por lo que hay que tenerlo, claro-, saber una contraseña o incluso pasar el dedo por un escáner que identifica la huella dactilar -para clientes habituales-. En algún caso ni siquiera hay local y se cita al cliente, vía SMS, en alguna nave vacía para ofrecerle una combinación de gastronomía y espectáculo.

El comensal experimenta así una vivencia con cierto toque morboso pero no es ése el objetivo de este tipo de negocios; o no sólo. También están el trato totalmente personal, ajeno a las prisas y las masificaciones, y la posibilidad de catar platos con una preparación especialmente minuciosa, imposible de llevar a cabo en medio de la febril actividad de la cocina de un restaurante normal.

Barcelona parece ser el principal lugar de España para esta moda eminentemente urbana. Allí se encuentran algunos restaurantes que ya empiezan a ser conocidos, por muy clandestinos que se presenten. Por ejemplo, la Tintorería Dontell (calle Aribau 55), que realmente es un negocio de limpieza de ropa pero, como indica su propio nombre en inglés, tiene una puerta secreta a abrir mediante la mencionada huella digital.

En la misma calle pero en los números 162-166, está el Speaksy del Dry Martiny (requiere contraseña) y, en Les Corts, destaca Dopo (Loreto 22), un anexo a la Pizzería Saltimbocca situado al final de un pasadizo para entrar al cual hace falta llamar al móvil personal de su director. Y hay más: Chi-tón (Provença 300), oculto en una tienda de regalos, Fishop (Paseo de Gracia 53), escaleras abajo desde una pescadería, etc.

Como cabe imaginar, también Madrid tiene sus restaurantes clandestinos, aunque menos conocidos. El más destacado quizá sea Asiana (Travesía de San Mateo 4), que sólo funciona de noche porque durante el día es una tienda de muebles), pero además se pueden citar Dommo Kitchen (un piso de Fuencarral con una sola mesa para 8 personas) o el Junk Club (una cueva-bodega de La Latina), entre otros.

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