Imaginen a un hombre que lleva la idea del sabio renacentista multidisciplinar a la práctica en pleno siglo XIX. El tipo, sin haber ocupado jamás una cátedra universitaria, investigando por su cuenta pero con absoluto rigor científico, se convierte en una especie de genio en psicología, geografía, metereología, estadística, biología… Entonces formula una teoría que es aplaudida por todos los colegas del mundo pero que décadas después es convertida por los nazis en una monstruosidad y hoy, aparte de haberse demostrado que la teoría era errónea, prácticamente nadie quiere acordarse de este hombre.

Se llamaba Francis Galton (1822-1911), era inglés y primo de Charles Darwin. Estudió Matemáticas y Medicina pero, agobiado por los rígidos sistemas de enseñanza de entonces, decidió marchar como explorador a Oriente Medio y África; fruto de ello fue un libro de descripciones geográficas. En esa disciplina se convirtió en un referente, concretamente en la rama meteorológica: él fue, por ejemplo, el creador del término anticiclón.

También ideó términos en estadística, como línea de regresión o correlación; inventó una máquina que podía demostrar la ley del error; y aplicó conceptos novedosos en torno a la distribución. Y fue un estudioso de las huellas dactilares, reuniendo una colección de varios miles con las que propuso una clasificación taxonómica de 41 tipos; tiempo después el francés Alphonse Bertillon y el argentino Juan Vucetich aprovecharían estos estudios para aplicarlos a la investigación policial.

Pero la fama le vino al ligar psicología con biología. En la primera, inspirándose en las ideas de su primo Darwin, dio lugar a una rama casi cismática, la diferencial, según la cual las capacidades humanas dependían de factores biológicos fruto de la adaptación. Para estudiar esto en la práctica, Galton creó el primer laboratorio antropométrico en 1884, donde examinó y tomó medidas biométricas (vista, oído, percepción, reacción, fuerza, altura, peso, etc) a 9.337 personas.

Le interesaron especialmente los grupos familiares para determinar el potencial de los caracteres hereditarios, concluyendo que éstos eran más importantes que los adquiridos en vida. Así dio lugar a un nuevo término llamado eugenesia, “ciencia que se ocupa de todas las influencias que mejoran las cualidades innatas de una raza”.

Galton consideró que la herencia genética era más importante que el influjo ambiental y las condiciones de vida, de lo que se deducía la superioridad intelectual de unas razas sobre otras y, por tanto, la necesidad de perpetuar dichas razas. También consideraba conveniente fomentar los matrimonios entre familias de alto nivel intelectual y limitar -aunque no por imposición- la descendencia de gente pobre y poco lúcida, o sea, lo contrario de lo que se hacía entonces.

Hoy en día se sabe que la eugenesia carece de base real, que la influencia de las condiciones es decisiva y que el concepto de raza está superado por la genética. Sin embargo, en el corazón del Imperio Británico, en plena época victoriana, sus postulados tuvieron una gran aceptación, se concedió a Galton el título de Sir e incluso le aplaudieron intelectuales progresistas como H.G. Wells, Bernard Shaw o quienes propugnaban el control de natalidad para hacer frente a la pobreza. Los nazis fueron un paso más allá y usaron la eugenesia como argumento para sus exterminios, echando así una paletada de tierra más, la del olvido, sobre la tumba de aquel sabio equivocado.

Imagen: Sir Francis Galton retratado por Charles Wellington Furse (dominio público en Wikimedia Commons)

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