¿Recuerdan este artículo que publicamos hace años?: Bornavirus, el octavo pasajero. En el hablábamos del descubrimiento en nuestro ADN de restos de un antiguo virus, y que los científicos calculaban que hasta el 8 por ciento de nuestros genes tenían su origen también en virus.
Pues dos años después nos encontramos con un interesante artículo en Discovery Magazine donde cuentan como en el año 2000 un equipo de científicos de Boston descubrió un curioso gen en el genoma humano. Ese gen codifica una proteina que se encuentra solo en las células de la placenta. La llamaron syncytin (syncytina).
Las células que elaboran esa proteína se localizan sólo allí donde la placenta hace contacto con el útero, y crean una capa (syncytiotrophoblast) que es la que permite al feto obtener nutrientes de la madre. Pero para poder hacer eso, las células necesitan primero producir syncytina.
Lo curioso de la syncytina es que no es humana. Procede de genes de virus. Virus que, como ya contabamos en el artículo mencionado al principio del post, se han ido mezclando a lo largo de los milenios con nuestro propio ADN. Hoy se conocen hasta 100.000 fragmentos de virus en nuestro genoma. La mayoría son residuos, basura genetica, pero otros siguen produciendo proteínas en nuestro cuerpo. La syncytin, originalmente, permitía a los virus unir sus células, de modo que pudieran extenderse de una célula a otra. Ahora, permite a los bebés unirse con sus madres. En otras palabras, nos permite nacer siendo, probablemente, uno de los virus que nos hace humanos.
Pero hay más todavía. Resulta que el mismo tipo de syncytina se ha encontrado en primates como chimpancés, gorilas y monos. Probablemente el virus original infectó a un antepasado común de los simios (entre los que se encuentra el hombre). También en los primates cumple la misma función que en los humanos.
Otros tipos diferentes de syncytina, procedentes de virus diferentes, han sido hallados en mamíferos como perros, gatos y conejos. En todos ellos cumple la misma función: construir placentas.
Las apasionantes preguntas que se derivan de este descubrimiento podrían resumirse en: ¿Permitió la infección de este virus que pudieramos existir tal como somos en la actualidad? o ¿utilizaron nuestras mitocondrias al virus para poder hacernos evolucionar? Quien sabe.
foto por Spiral Eye
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