Siempre hemos asociado al idea de los robots a un futuro tecnológicamente más desarrollado pero siempre partiendo de una concepción, digamos, «vertebrada». Los androides, como dice la propia palabra, tienen forma humana y el resto de organismos cibernéticos que no la tienen asemejan animales más o menos cercanos como los perros.
Sin embargo, es posible que dentro de un tiempo se opte por imitar a otro tipo de seres vivos que pueden resultar más adaptables a campos diversos. La estructura física de un gusano, por ejemplo, podría ser mucho más práctica para determinadas cosas como acceder a lugares difíciles o moverse por el interior de un cuerpo con fines médicos.
Todo esto entraría de lleno en lo que se conoce como Biomímesis, es decir, el estudio de la naturaleza como fuente de inspiración para su aplicación a la tecnología, en lugar de la reinterpretación que se ha estado haciendo hasta ahora. Y, en efecto, biólogos e ingenieros industriales tienen un punto de encuentro cada vez más frecuente en esta idea propuesta por primera vez en 1997, en el libro del mismo nombre escrito por la científica Janine Benyus.
Una hoja artificial de silicio que imita el proceso de la fotosíntesis de las plantas para producir electricidad, pegamentos basados en la forma de adherencia de los mejillones, turbinas desarrolladas a partir del esquema de una aleta de ballena, bastones para ciegos inspirados en el sistema de localización de los murciélagos, un gusano de silicona que repta gracias a un muelle interior movido por descargas eléctricas, la aclimatación de un edificio usando la «técnica» de los termiteros…
La lista crece progresivamente y con ella el número de laboratorios e instituciones científicas dedicadas a la investigación en esa línea; la Naturaleza tiene las respuestas.