Hoy hace un siglo que el Hombre pisó el Polo Sur. Lo hicieron el noruego Roald Amundsen y su equipo el 14 de diciembre de 1911 en una mañana en la que el buen tiempo pareció querer premiar a su líder con la conquista de aquella última frontera, resarciéndole de la frustración del Polo Norte: en realidad Amundsen preparaba el asalto a éste cuando llegó la noticia de que Robert Peary lo acababa de lograr -por cierto, algo puesto en duda hoy en día-, por lo que cambió de objetivo y se dirigió a la Antártida.
Así, irónicamente, fue él quien se adelantó a la expedición que preparaban los británicos al mando de Robert F. Scott. Los noruegos zarparon en junio de 1910 a bordo del Fram, una goleta de tres palos y motor especialmente diseñada para resistir la presión del hielo en su casco y que fue cedida por otro famoso explorador del país, Fridtjof Nansen. Scott lo hizo poco después en el Terra Nova, un barco ballenero reformado ad hoc.
Ambos llegaron a principios de 1911 a la plataforma de hielo de Ross, una enorme porción helada del Mar de Ross, pero desembarcando en distintos puntos: Amundsen eligió la Bahía de las Ballenas y su adversario -pues la cosa ya se había convertido en una especie de carrera entre los dos países- en el otro extremo, la Bahía de McMurdo. El primero sólo ambicionaba llegar el primero al Polo Sur mientras que la expedición británica era más compleja, dividiéndose en tres grupos: uno para hacer estudios científicos, otro para invernar y otro que atacaría el Polo.
Estas diferencias resultaron decisivas para inclinar la balanza porque requirieron una planificación distinta y la noruega resultó ser mejor. Scott siguió los pasos dados junto a Shackleton y empleó 33 perros, 17 ponis de Manchuria y 3 trineos-oruga. Los caballos, elegidos por su capacidad de carga, estaban adaptados al frío pero las temperaturas antárticas resultaron excesivas porque el viento convertía su sudor en hielo, además de que se hundían en los neveros y debían cargar con la avena que comían. En cambio los 97 perros groenlandeses de Amundsen sólo transpiraban por la lengua y podían dormir a la intemperie a 40º bajo cero.
Ambos equipos hicieron el ataque final con 5 hombres cada uno pero los noruegos contaron con sus canes casi hasta atravesar el glaciar Axel Heiberg, tras lo cual sacrificaron una veintena para que sirviera de alimento a los demás y a los propios humanos; en cambio, los británicos perdieron los ponis y tuvieron que tirar ellos mismos de los trineos (los motorizados se averiaron), haciendo así el doble de esfuerzo para salvar otro terrible glaciar, el Beardmore, y comiendo sólo pemmican (mezcla molida de carne desecada, bayas y grasas). Sus trajes de lana y tiendas de campaña también resultaron inferiores a las vestimentas de pieles y fabricación de iglús que Amundsen aprendió de los esquimales.
Una vez conquistados los 90º del Polo Sur, la expedición noruega estuvo tres días recabando datos científicos científicos y emprendió el regreso. 39 días más tarde llegó Scott, que se encontró con la bandera de su adversario y una carta de saludo; todos murieron durante la vuelta a la base mientras Amundsen era aclamado en su país. No tanto en Inglaterra, donde durante una cena que le ofreció la Royal Geographical Society en 1912, su presidente propuso dar «tres vivas por los perros» ante el estupor de su invitado. Y es que, una vez más, los ingleses habían conseguido teñir de heroísmo la derrota.
Imagen: dominio público en Wikimedia Commons
Descubre más desde La Brújula Verde
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.