Paseo literario por Praga

Supongo que más de uno se habrá percatado ya de que llevamos tres semanas haciendo una serie especial de posts sobre Praga a petición de la Oficina de Turismo Checa, que nos adjudicó el tema cultural. Algo tan vasto y variado fue saliendo poco a poco y culmina hoy, en parte gracias a la inestimable ayuda recibida de Marta Davidova, la guía que hizo un alarde de paciencia y profesionalidad acompañándome a los rincones más recónditos traspasando incluso los límites de su horario laboral.

Hemos visto leyendas, fantasmas, música, museos, espectáculos tradicionales… Sólo faltaría echarle un vistazo a la literatura, en la que Praga está bastante bien representada. Como no se trata de hacer una exhaustiva relación de escritores con sus obras, podemos centrarnos en un puñado en el que, si bien no todos son nativos de la ciudad, sí guardan bastante relación.

Por antigüedad, el primero sería Rainer María von Rilke, autor de Cartas a un joven poeta y que nos ha legado una de las mejores lemas promocionales turísticos de la capital checa: «Es suficiente con que a uno le guste escuchar para que las iglesias y los palacios de Praga cuenten las historias que saben; hablan por sí solos». Inmejorable, creo yo.

De Rilke podríamos dar un salto cronológico y geográfico a Milan Kundera, escritor contemporáneo (y músico, y cineasta) nacido en Brno pero que ambientó su novela más conocida, La insoportable levedad del ser, en los años que precedieron y sucedieron a la Primavera de Praga. También a Vaclav Havel, hoy más conocido por su actividad política (fue presidente del país).

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Evidentemente, hay que mencionar al hijo más famoso de la ciudad, Franz Kafka. Su amigo, el también literato Johannes Urzidil, dijo de él que «Kafka es Praga y Praga es Kafka», gran paradoja si se tiene en cuenta que el torturado autor de El proceso y La metamorfosis más bien detestaba aquel lugar. Aún así, cualquier turista encuentra fácilmente referencias suyas, sean escultóricas (la estatua hecha por Jaroslav Róna que se alza junto a la Sinagoga Española), museísticas (su casa natal de la calle Parizska), anecdóticas (el número 22 del Callejón del Oro, donde trabajaba) o artísticas (sus obras desbordan los escaparates de las librerías). Incluso hay libros describiendo rutas kafkianas por el callejero praguense, como el de Patricia Runfola o la guía de Klaus Wagenbach.

Pero, la verdad, si tengo que quedarme con un escritor checo elijo a Jaroslav Hasek, que además escribió en ese idioma (Kafka lo hizo en alemán). Hasek, que también era periodista, se ha hecho famoso por Las aventuras del buen soldado Svejk, protagonizadas por un pintoresco personaje, mezcla de ingenuo y memo, que se alista en el ejército austrohúngaro durante la Primera Guerra Mundial. Sus andanzas sacan de quicio a todo el mundo hasta el punto de haber legado un verbo para describir un comportamiento desconcertante, lo que en español llamaríamos «svejkizar».
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Y lo más gracioso estriba en que Svejk era un alter ego del propio autor, que plasmó en él muchas de sus experiencias personales durante la Gran Guerra. Lamentablemente, muchos relatos breves se perdieron y Hasek murió antes de terminar los seis volúmenes previstos (hizo tres más un cuarto rematado por un amigo). Pero, al igual que Kafka, Svejk también aparece por muchos sitios de Praga, especialmente cervecerías, con el aspecto que le dio el ilustrador Josef Lada. De ellas hay que destacar la que era su favorita en las novelas, Kalicha, que existe realmente y se puede ver en la calle Na Bojisti.

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