Aunque Bolivia aún no forma parte habitual de los circuitos turísticos, no le faltan atractivos. La mayoría de la gente pensará inmediatamente en las culturas preocolombinas, lo que resulta lógico, pero también puede presumir de lugares naturales capaces de dejar boquiabierto a cualquiera. Uno de ellos es el insólito Salar de Uyuni.

Como dice el propio nombre, es lo que aquí llamamos una salina, es decir, un yacimiento de sal. Sólo que éste es el más grande del mundo, con 12.000 metros cuadrados de superficie, y quizá también el más alto, pues está situado a 3.650 metros de altitud, en el Altiplano.

El Salar de Uyuni se originó hace unos 400.000 años a partir del lago Ballivián que, a la vez, dio lugar a otro salar, el de Coipasa y dos lagos más pequeños, el Poopó y el Uru Uru. Los nativos, sin embargo, cuentan una leyenda más bonita, la de Cachipampa, según la cual ese desierto de sal es fruto de la mezcla de sus lágrimas y su leche materna.

Es una de las fuentes de riqueza de la región. No sólo por las 11 capas de sal de 2 a 10 metros que proporcionan una producción anual de 25.000 toneladas (hay 10.000 millones así que el negocio continuará bastante tiempo), sino también por la presencia de otros minerales (especialmente litio), vida orgánica (son famosos los flamencos y los cactus gigantes), patrimonio arqueológico (se han recuperado momias milenarias) y, ahora, la afluencia de unos 60.000 turistas al año.

Para ellos se han levantado varios hoteles hechos de bloques de sal que permiten alojarse y disfrutar de ese espectáculo natural denominado White out, un efecto visual en el que el suelo se funde con el horizonte.

Vía: ecoplaneta.mangasverdes
Foto: turismobolivia

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