El otro día, hablando de la erupción del volcán Grímsvötn y del activo subsuelo de Islandia, terminé deseando que Hefestos se tomara un descanso. Muchos ya sabrán por dónde van los tiros. Hefestos era el dios del fuego y los metales en la Antigua Grecia. Hijo de Zeus y Hera, el pobre resultó tan feo que sus padres lo arrojaron al mar, siendo recogido y cuidado por Tetis y Eurínome, hijas de Océano. Hefestos regresó al Olimpo pero tuvo una nueva trifulca con Zeus, que le volvió a echar. Esta vez cayó en Lemnos, quedando cojo. ¡Encima! En fin, a cambio tuvo la suerte de casarse con la bella Afrodita y dedicarse a la forja de armaduras para dioses y héroes en talleres que situaba bajo volcanes -especialmente el Etna- para aprovechar las llamas. La lava se identificaba con el hierro candente que saltaba fuera durante los trabajos.
Como hicieron con toda la mitología helénica, los romanos asimilaron el personaje con el nombre de Vulcano, entonces Vulcanus, de donde viene la palabra volcán. Sin embargo no sólo los clásicos recurrieron a las leyendas para explicar por qué la Tierra explotaba a veces con tanta destrucción.
Mayas y aztecas creían que los dioses vivían en lagos de lava subterráneos y relacionaban las erupciones y el fuego con la fuerza del sol. En la India se contaba que la Tierra se sostenía en el lomo de un elefante que, a su vez, descansaba encima del caparazón de una tortuga, la cual trataba de mantener el equilibrio sobre una cobra; cuando uno de ellos se movía traspasaba las sacudidas a la Tierra. Y en la península de Kamchatka (Siberia) un antiguo cuento narra cómo el dios Tuli transportaba la Tierra en un trineo tirado por perros; los animales, llenos de pulgas, se paraban ocasionalmente para rascarse, dando lugar a los temblores.
Pero sin duda la historia más extendida hoy es la de Pelé, una divinidad hawaiana femenina que vivía en el cráter Halemaumau del volcán Kilauea y tenía muy mal genio. Éste se manifestaba, claro, a través de las coladas de lava, con las que destruía bosques y pueblos pero, a cambio, formaba nuevas islas y proporcionaba fertilidad al suelo. Pelé se aparecía en forma humana antes de cada erupción, a veces como una anciana, otras como joven y solía salvar a sus devotos, castigando a los impíos. En homenaje a esta diosa se le ha dado su nombre a un tipo de volcán (el peleano) y a dos materiales de origen magmático: las Lagrimas de Pelé (obsidiana, cristal formado por el enfriamiento rápido de la lava), y el Cabello de Pelé (hebras de vidrio, lava estirada por el viento antes de enfriar).
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